Escritor

Lentamente se va aclarando todo. El ratón y el hombre, o sea la mujer también, tienen el mismo número de genes (unos 30.000) y los compartimos en un 99%. ¡Uf, qué descanso! Me preguntaba yo, por qué me dará a mí por mirar por una rendija la vida promiscua de los demás, y es que me ocurre lo mismo que a esa rata o ratoncillo que se mete en un cajón de una cómoda de la abuela, y hasta que no lo trasladas no te enteras que estaba allí escrutando tu vida, y gran parte de las veces que hiciste el amor, esa rata fue testigo de tus estertores y de la jaqueca de la parienta, mientras creías ser con tu amada los únicos seres que en ese momento deambulaban por los espacios infinitos y volátiles de la voluptuosidad. Ahora se explica también ese deseo impaciente de tu compañera porque en sueños vio correr una cosa parecida a un látigo por detrás de un mueble, cuando en realidad no era tampoco los cordones de los zapatos sino la última extremidad del roedor hermano tuyo, criado casi a tus pechos y alimentado con las viandas de la despensa de casa, cuando era un avisado vecino que sin tú saberlo sigue tu vida con la misma pasión que tú mismo, porque es como tú y quién sabe si con tus mismas pasiones.

A veces ocurre que somos ratas y como tales nos manifestamos secuestrando a un ser humano y obligándolo a vivir como una rata, que es el caso María Angels Feliu, que la hicieron rata y así se hizo pese a que la quemaron por dentro, porque sobrevivió a una tortura para la que estaba predispuesta, porque ratas somos y en ratas nos transformaremos, y como tal actuamos aunque no sepamos, pese a que hoy ya no tengas disculpas de no saberlo, y allá cada cual con su ignorancia.

A veces ocurre también, que no lo sabes, pese a haber sido ya rata, y actuado como tal y ahora vas y le pides a la oposición que te ayude cuando hiciste lo posible por echarle raticida, sin saber que de eso morirías tú también. O sea.