Profesor

Son muchos los españoles que, tanto en foros públicos como a través de las encuestas, expresan su desconcierto ante la postura adoptada por Aznar y el PP en la invasión, llamada con eufemismo conflicto bélico, de Irak.

En mi modesta opinión, no existen motivos para el desconcierto. El papel del señor Aznar en la cumbre de las Azores era fácilmente predecible; baste recordar que recién instalado en la Moncloa se hizo colocar alzas en los zapatos para aparentar mayor altura. La búsqueda de un protagonismo, con el que poder contrarrestar el reconocimiento internacional de su predecesor, ha sido una constante, casi patológica, en la política exterior del presidente. La ocasión la pintaban calva, aunque fuese un papel de actor secundario.

Tampoco debe sorprendernos la actitud del PP. Los fundamentos ideológicos de la derecha política explican el acatamiento unánime de sus diputados al caudillaje del líder y explican sus argumentaciones a favor de la guerra. Y es que los habitantes de un país pueden ser tenidos por sus gobernantes como súbditos, como clientes, o como ciudadanos. La evolución de la derecha española, con su explotado giro al centro, ha consistido simplemente en el cambio de tratamiento de súbditos a clientes. Como clientes esperaban poder captarnos con el reclamo de llamativas ofertas: bajada de los productos derivados del petróleo, subida de la bolsa y tratamiento preferencial en el reparto del botín de guerra.

A sus razones podríamos aducir que hemos comprobado que la bajada de impuestos directos, al mismo tiempo que se suben los indirectos, es una oferta llamativa pero fraudulenta; que empezamos a tener certeza de que la reducción del gasto público es un engaño que sirve para justificar la falta de inversiones en políticas sociales y la privatización de servicios públicos esenciales, o que ha quedado al descubierto que juegan sucio con las cifras del paro, anotando en el haber del Gobierno central la creación parcial de empleo e imputando en el debe del Gobierno autónomo las cifras globales del desempleo. En esta ocasión, nada de eso es importante. Nuestra única razón se fundamenta en que los españoles no queremos ser tratados como súbditos ni como clientes; queremos ser tratados como ciudadanos. Una reivindicación que es compatible con el deseo de que los ciudadanos de Irak dejen de ser súbditos, pero no para convertirse en mercancía.