Se cumplen los 25 años de la arrolladora victoria de los socialistas liderados por Felipe González . El PSOE consiguió 202 escaños en el Congreso de los Diputados, en segundo lugar quedó la Alianza Popular de Manuel Fraga con 106 diputados, ¡96 de diferencia! La gobernante UCD se desplomó, y, se hundió el PCE de Santiago Carrillo . El presidente Calvo Sotelo había convocado elecciones anticipadas cuando solo llevaba año y medio en una presidencia que había comenzado después del golpe de Estado protagonizado por Tejero , un esperpento bufo, que pudo haber sido el comienzo de otra tragedia nacional. Calvo Sotelo las convocó porque a lo largo del cálido verano de 1982 sintió la inhóspita soledad del poder a causa del abandono de los suyos. Gobernaba con el apoyo de un partido, la UCD, que se deshacía en peleas confusas. Gobernar así era una tarea amarga e imposible, por eso decidió adelantar las elecciones.

González y otros líderes socialistas tenían claro que había que vertebrar la esperanza colectiva en torno al PSOE, el único capaz de hacerlo. Para lograrlo había que moverse en los esquemas del realismo, no en los excesos verbales que entusiasmaban a unas minorías, pero que generaban desconfianza en amplios sectores de la población. En esta filosofía se había basado, tres años antes, la propuesta de González de abandonar el término marxista en la definición del partido en aquel dramático congreso que le costó temporalmente la secretaría general de la formación.

XEL JOVENx líder socialista parecía el hombre adecuado en el lugar preciso. Combinaba la frescura novedosa con un virtuosismo verbal que hacía creíble la promesa de un futuro de modernidad y democracia. Las encuestas le proclamaban el líder mejor valorado, y el calificativo más frecuente que le atribuían los medios de comunicación era el de "carismático". El PSOE aparecía como un partido compacto y sólido, que ambicionaba llegar al poder para cambiar la realidad, presentándose como la única alternativa que apuntaba al optimismo de un cambio histórico, como el partido capaz de consolidar una democracia que no mirara de reojo a los cuartos de banderas temiendo las cartucheras de los oficiales irritados, herederos de una cultura franquista que les confiaba, ¡nada menos!, que la salvación de España. Lo escuché más de una vez.

Al comenzar la precampaña se descubrió y desmanteló la planificación de un nuevo golpe de Estado programado para el día 27 de octubre, víspera de la cita con las urnas. Sería un golpe cruento. Entre los objetivos prioritarios figuraban el bombardeo del palacio de la Zarzuela, el de La Moncloa y el Cuartel General del Ejército. Los golpistas sabían por experiencias históricas que la sangre traza una raya de imposible retorno, que la sangre empuja a seguir matando cuando se hace por una gran causa. Y la suya era la más alta y sublime de las causas: ¡Salvar España!

En estas circunstancias arrancó la campaña. Los socialistas, bajo la dirección del ya experimentado Alfonso Guerra , tenían a punto la maquinaria electoral. Era importante encontrar un buen eslogan donde se visualizara el peligroso barrizal en que se encontraba la vida del país. La palabra cambio era esencial para formar la frase definitiva, solo faltaba el verbo, el adjetivo o la preposición que pusiera en relieve la realidad de ese cambio. Después de varios experimentos lograron la frase definitiva: "Por el cambio". Cuando se lo presentaron, Felipe lo consideró un eslógan feliz porque transmitía la idea de que el cambio era una apuesta colectiva. Desmontar el franquismo había sido una aventura política de perfiles descomunales. Suárez había sido el indiscutible protagonista de esa aventura, con el Rey siempre al fondo, pero ahora se necesitaba otro tipo de cambio, el de llevar al país a la modernidad, sacarlo del secular aislamiento e integrarlo en la gran apuesta de construir Europa, y romper para siempre el círculo sangriento de las dos Españas.

A ellos se unió una magnífica coreografía ideada por el talento de Pilar Miró . Tenía una fuerte carga cinematográfica: se abría una ventana y aparecía un paisaje luminoso donde el rojo se mitigaba con el azul y el blanco, como música de fondo sonaba un arreglo de la banda sonora de la película Novecento de Bernardo Bertolucci . Felipe ocupaba de manera absoluta la cabecera del cartel y tanto en sus mítines como en sus apariciones públicas sostenía que era falso creer que para hacer una sociedad socialista era necesario hacer nacionalizaciones, que el futuro Gobierno socialista apostaría por la igualdad, pero con derecho a la diferencia. Se trataba de construir, con el apoyo de una amplia mayoría, una España abierta para que se integrara en los tejidos económicos europeos, al tiempo que superara el secular aislamiento político y cultural.

El mensaje caló en la sociedad que respondió con un diluvio de votos para los socialistas. Con la victoria terminaron los días de las promesas, y una vez en la Moncloa, Felipe González comprendió que la llegada a la tierra prometida solo se conseguía cambiando la realidad con la toma de decisiones. Ese era el verdadero significado del poder. Lo tenía.

*Periodista