Una de las imágenes más ilustrativas de nuestro tiempo es la de un grupo de amigos congregados en torno a una mesa sin dirigirse la palabra ni la mirada. No es porque se hayan enfadado sino porque les resulta menos interesante lo que tenga que decirles la amiga junto a la que están sentados que lo que le cuenta otra amiga desde otro barrio por Whatsapp, o la fotos que ha puesto el amigo que tiene enfrente.

Hace tiempo que la realidad ha perdido su atractivo y caminamos como zombis, ajenos al entorno, con las cervicales dobladas, escribiendo mientras andamos, actividades hasta hace poco incompatibles. El escritorio ya no es una acogedora mesa junto a una ventana, con una silla arrimada y "recado de escribir" sino el fondo de pantalla sobre el que nos esperan los iconos para acceder a internet o a un archivo descargado de la red que lanzan esos grandes buques pesqueros que viven de la pesca de arrastre: Google, Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram, todos viviendo del instinto gregario de la inmensa mayoría.

Ha tenido que ser Nintendo quien consiga que esos chavales absortos en sus móviles vuelvan a mirar lo que tienen frente a sus narices. El domingo pasado, paseando por el cacereño parque del Príncipe, asistí a la irrupción de una fauna hasta ahora desconocida. Grupos de jóvenes agrupados en partidas de caza se internaban entre árboles y setos mirando a través de sus móviles, como si fueran biólogos con lupas de aumento. Pero no les interesaba la floración de la jara o la metamorfosis de los batracios que proliferan en sus fuentes y acequias. Buscaban a las criaturas Pokémon. "Realidad aumentada" llaman a este concepto de sobreimpresionar datos informáticos sobre el mundo real. Ya quedó anticuada la realidad virtual que nos ofrecía virtudes de que carecía la que nos proporcionan nuestros cinco sentidos. Irremediable individualista, sigo creyendo que lo que aumenta la realidad es la intensidad con la que cada uno dote su propia vida. Para ello hay que echarle imaginación, facultad tan humana como revolucionaria en potencia, y a la que quizás por ello todos están empeñados en sustituir desde los videojuegos a esta realidad aumentida, que te añade figuras diseñadas en serie, sustituyendo tu fantasía personal, nacida de tu memoria, por píxeles made in Japan.