La realidad no tiene medida. No conoce doradas medianías ni justas proporciones, va siempre a su aire, mucho más cuando se trata de suministrar material para la ficción.

De pronto se eriza como un gato ante el peligro y se convierte en surtidor vertiginoso. Otras veces, ronronea, se muestra perezosa, y hay que rogarle mucho y acariciar su lomo.

Esta semana, por ejemplo, lejos de aparecer esquiva por el frío y los excesos navideños, ha decidido mostrarse en todo su esplendor y apabullar a la ficción con su poderío.

Así no hay quien quiera leer literatura, quien pierda o gane su tiempo con un libro. Solo hace falta vivir con los ojos abiertos para que te sorprenda cualquier personaje o te atrape una trama digna de la mejor serie.

Ahí está la saga del plasma que inauguró Rajoy. Para qué ver la guerra de las galaxias si el telediario te sorprende con un dirigente de la coalición en el exilio saludando a sus adeptos, puestos en pie en el territorio invadido. O qué argumento de terror puede superar los ronquidos del preso que asustan al pobre forense a punto de comenzar la autopsia. O qué serie de investigación iguala el proceso de Diana Quer, que nos demuestra, una vez más, que el crimen perfecto y la inteligencia de los criminales solo aparecen en las páginas o en las pantallas.

Y en qué apartado podemos clasificar el desastre de los coches atrapados por la nieve, sin que nadie les hubiera advertido, pero sí cobrado el peaje. La realidad, qué puñetera.

Cada semana emprende un más difícil todavía, y todo esto, sin salir de España. Menos mal que nos reiremos algún día cuando recordemos estas cosas. Seguro. Delante de un café o de una caña pagados con los dos euros con los que van a subir las pensiones. Esa es otra historia.

No sé si de extraterrestres, de miedo, o de humor, pero del malo, de ese humor grueso de barra de bar que gastan los que suben la luz y el gas, los mismos que ahora afirman que no vieron venir la crisis, o sí, pero no podían dejar de dilapidar millones.

La realidad, ya digo, ese gato panza arriba, ese gato escaldado, ese gato con guantes que caza ratones y se ríe en nuestra cara cuando lo incluimos en el apartado de animales domésticos.