Cada uno concebimos la realidad de una forma. La obviedad resulta tan transparente como que estamos ya a finales de octubre y, metidos de lleno en el curso, los frentes se multiplican y vaticino que llegaremos a Nochevieja deseando dar carpetazo al último trimestre del año. Que alguien me explique por qué hay realidades que cada día divergen más (de Cataluña les hablo, por supuesto) y cuál es el razón de que vivamos en un mundo tan imperfecto y a veces tan caótico como el hombre mismo.

La paradoja de estos tiempos se cura viajando. Desde la experiencia, desde la vida vista pisando las calles y mirando la realidad sin filtros ni colores. Hace unos dias viajé a Barcelona por razones de trabajo. Llevaba tiempo sin pisar esa ciudad espléndida, llena de luz y gente y que engancha al medio minuto de bajarse de un AVE que vuela desde Madrid. Es lamentable, y da mucha vergüenza, lo que han hecho con Extremadura y su tren. La humillación sufrida por una tierra desconectada del resto del país y a la que se le ha negado una vía de comunicación fundamental para su desarrollo durante años.

Mientras Barcelona me llevaba por sus calles traté de entender cómo sería posible mantener ese nivel de ciudad si algún día logran desconectarse de España. Porque hace falta dinero para que un coche de alto gama siempre esté a punto. De camino a la estación de tren, el conductor a quien pregunté por el futuro de Cataluña me respondió que no ocurriría nada, quizá aún con el shock de ver cómo la realidad de una ciudad pujante y próspera se puede ir desvaneciendo. La huida de casi un millar de empresas es un dato. Una realidad que otros seguro que no han querido ver aún.