Quienes sospechan que la coincidencia de la subida del IVA y el inicio de la campaña de las rebajas no es casual, lo más probable es que acierten. Cuando el Gobierno lo previó también tuvo en cuenta que los descuentos de verano habrían de amortiguar el primer golpe de la entrada en vigor del nuevo tipo del impuesto sobre el consumo, que sube dos puntos el general --del 16% al 18%-- y uno el reducido --del 7% al 8%--. La inmensa mayoría de los comerciantes ya han manifestado que no van a tener otra alternativa que absorber la subida fiscal y cargarla a beneficio de inventario, aunque la decisión contiene un cierto efecto espejismo. En cuanto pase el verano, los precios de la nueva temporada recogerán la subida, como no puede ser de otra manera. De lo contrario, bajaría la base imponible del impuesto y Hacienda acabaría por no obtener más ingresos.

El verdadero problema de fondo no es si se repercute o no el IVA en los bienes de consumo, sino el consumo propiamente dicho. Cuando hace meses el Gobierno decidió la subida, probablemente creía que a estas alturas del año la demanda se habría recuperado --algo semejante sobre el 2011 debe pensar el Ejecutivo británico cuando la aplaza a enero próximo-- y que la decisión tendría un efecto recaudatorio que aliviaría las maltrechas arcas del Estado. Pero los datos no han ido por ahí. Después de un trimestre de moderado crecimiento del Producto Interior Bruto, las cifras de la Agencia Tributaria indican que después de Semana Santa la demanda interna se ha contraído. Muchas voces lo atribuyen al miedo que han contagiado los medios de comunicación con malas noticias respecto del futuro y las posibilidades de que la crisis se prolongue más de lo esperado. Y es posible que sea así, que se esté produciendo un cierto rebrote alarmista que tiene efectos fuertemente inhibidores. Se dijo que el incremento del IVA traería como consecuencia el adelanto de las adquisiciones de cierto tipo de bienes que las estadísticas no reflejan, al menos de momento, excepción hecha de la matriculación de automóviles, cuya decisión de compra depende mucho más del final de las ayudas directas que de la cuantía del impuesto.

La economía de nuestro país, como las del resto del mundo desarrollado, está enferma de consumo y del factor que lo impulsa: la confianza en la economía. Ni el incremento del IVA, que aún seguirá estando por debajo de la mayoría de los países de la Unión Europea a pesar de su nuevo incremento, ni los descuentos de verano de los comerciantes van a modificar el panorama, aunque la afluencia de público en los primeros día de las rebajas --al principio tibia y luego la esperada--, anuncia felizmente una buena campaña, en la que el comercio concentra en torno al 15% de la facturación de todo el año.