Filólogo

Las personas mayores, decía el Principito, aman las cifras. Nunca preguntan por lo esencial: la voz, los juegos, las colecciones. Siempre lo hacen por la cantidad: cuánto pesa, cuánto gana, cuánto vale. Las personas mayores tienen una mente cuantificada y tal vez por eso van, febrilmente, de la bondad navideña al fárrago de unas rebajas que les excita hasta el punto de lanzarles a los expositores como posesos para comprar cosas que no necesitan, pero que son baratas.

Este estar en el precio sin saber el valor, necesita explicaciones: el antropólogo nos dirá que el hombre, en términos biológicos, es moderadamente gregario y que encuentra en estos lances la solución al reclamo del tiempo que andaba en manadas; la cultura hizo evolucionar esas manadas a comunidades orgánicas consumistas y ahora resurge el mamífero, de cerebro pequeño, luchando, a codazo limpio, por una toalla de ocasión.

El psicólogo explicará que todo individuo tiene su punto de rotura, y que el exceso de familia y mazapán, de sobrinos, suegras y cuñados le han creado estos días navideños una tensión tan grande que ha provocado el quebrantamiento del sistema nervioso y el derrumbamiento cerebral, lo que le lleva, para reducir la presión, a meter una docena de bragas en una bolsa y una docena de calzoncillos en otra. Pero advierte que esta conducta es de imposible desarraigo: la fiebre por la rebaja subsistirá como parte integrante de su formación y volverá en julio. Los economistas analizarán la tópica cuesta de enero y los optimistas estarán de acuerdo en que es un error deprimirse en exceso por acumular baratijas, en tanto que los más "profundos" dirán que a ellos les den hamburguesas y televisión, más centros comerciales y menos zarandajas: explicaciones para todos los bolsillos.

Pero si alguien le pide una razón para comprar, désela: se lo agradecerá de por vida.