Los humanos somos seres gregarios y gustamos de pertenecer al rebaño, a la manada. Nos concentramos y agrupamos tanto en lo físico, como en lo intelectual y espiritual: familias, pueblos, ciudades, naciones, asociaciones, ideologías, religiones... Y, estamos dispuestos a matarnos, si fuera necesario, por defender los intereses o las ideas del grupo propio. Seguramente sea el instinto de supervivencia el que nos agrupe y nos socialice para hacer frente a los miedos, a los peligros y a las adversidades.

Pero, este instinto de asociación, a pesar de tener grandes ventajas para el individuo y la colectividad, tampoco está exento de peligros. Y, es que, el grupo también asfixia, limita y restringe la libertad individual para pensar y actuar y, por tanto, aborrega. El individuo, escudándose en la verdad protectora del grupo y, arrastrado por éste, agacha la cabeza entre el rebaño compacto y no dudará en precipitarse al abismo si los demás también lo hacen. Y, precisamente, esto es lo que nos puede ocurrir al moderno rebaño consumidor, al rebaño cada vez más globalizado, a la voraz y depredadora manada que habitamos en las sociedades desarrolladas y opulentas.

Estamos inmersos en un grave problema medioambiental, en una destrucción de la naturaleza sin precedentes. Todos hablamos y hablamos, los que gobiernan el mundo hacen cumbres y tratados, y todos coincidimos en que hay que hacer algo urgente, pero apenas hemos tomado medidas para bordar la cuestión. Mientras, el tiempo pasa y el problema aumenta. ¿Será capaz el rebaño humano de cambiar el rumbo que nos conduce hacia el precipicio? ¿Llegará la catástrofe y nos pillará discutiendo sobre cómo evitarla?

Pedro Serrano Martínez **

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