Hubo un tiempo en el que creíamos que mediante la educación y la instrucción se podía cambiar el mundo. Por lo tanto, todo el mundo educaba e instruía. La familia, la escuela y cualquier persona que se encontrara un muchachito en la calle. Hoy casi nadie cree en eso. La prueba está en que pocas personas educan y la instrucción es cada día más superficial y escasa. Como es natural, a esta situación no se llega de repente ni es correcto atribuirle un solo culpable. Es producto de un largo proceso, acelerado en los últimos tiempos, en el que probablemente hemos colaborado todos. Unos más que otros.

Un currículo escolar no es solamente un papel. Un programa no se limita a exponer preguntas y solicitar respuestas. Tanto el currículo escolar como el programa de una asignatura establecen una relación de las actitudes, valores y conocimientos que una sociedad considera que deben poseer sus ciudadanos para adaptarse a ella y cursar dignamente su vida. El profesorado y algunos padres están convencidos de que son esos y no otros los objetivos de su actividad. Una gran parte de la sociedad no está de acuerdo. Los unos parten del principio de que educarse y aprender es una tarea dura, exigente, dolorosa a veces, que exige renuncias. Los otros optan por la gratuidad, la diversión y el todo vale. La cada vez más frecuente protesta por un suspenso pone de manifiesto el escaso valor que se le da a esos conocimientos. La casi habitual rebelión ante un castigo, la hipócrita falsa justificación de una falta, defiende la inutilidad de los valores.

XEL PROFESORADOx se ha mostrado incapaz de solucionar el problema. Actualmente no es que esté cabreado, desanimado y deseoso de jubilarse. Es que se siente derrotado. Ha bajado los brazos y trata de salir de la situación con las menos heridas posibles. Los propios estamentos educativos han contribuido a desprestigiarle, unas veces mediante tribunales excepcionales que han aprobado a quienes ellos suspendían y otras dando más crédito al alumnado y a sus padres, debido a la demagogia y la cobardía. La legislación se ha encaminado a minar paulatinamente la credibilidad y autoridad del profesorado, pues, si bien es necesario poner toda serie de cautelas para impedir el imperialismo de algunos, no es menos cierto que al final se ha conseguido culpabilizarlos a todos. La confianza de la sociedad en los encargados de educar e instruir se ha tornado en sospecha. Pero si aún existe algo parecido a la educación no es gracias a las distintas administraciones sino a la buena voluntad y el esfuerzo de los profesores. Porque ha sido su perspicacia, y no los ministerios o las consejerías, quien ha paliado los perversos efectos que se derivaban de algunas leyes y normas, su profesionalidad, y no las instituciones educativas, ha completado con su propio dinero la falta de medios de que ha gozado y goza la enseñanza, la conciencia de sus propias carencias, y no las estructuras educativas, le ha movido a formarse para enseñar y su entusiasmo, pero no el de la sociedad, ha conducido a algunos alumnos a amar las letras y los números. No es posible que la educación funcione bien cuando se ha dejado en manos de la buena voluntad y la conciencia de uno solo de sus protagonistas mientras los demás no se conforman con lavarse las manos sino que echan leña al fuego.

Y, sin embargo, existe una solución que, a la vista de la experiencia, no pasa ni por el alumnado, ni por el profesorado, ni por la administración, ni por los sindicatos. La solución está en manos de los padres que educan en sus casas y desean una formación sólida para sus hijos. Aquellos que llevan a sus retoños a un centro en el que confían para que les inculque los valores que hacen de un chiquillo un hombre y les instruyan con los conocimientos que van a necesitar a lo largo de su vida. Deben ser conscientes de que tales objetivos no los lograrán, porque unos cuantos lo impiden. La solución no consiste en cambiar de centro, pues desgraciadamente la situación se ha hecho endémica con leves diferencias. Son estos padres, por lo tanto, quienes han de protagonizar la rebelión. Rebelarse ante la incapacidad de las instituciones políticas para abordar el problema y lograr que concedan audiencia y autoridad a quienes, como ellos, optan por el valor de la educación. Rebelarse contra quienes no solo no educan sino que impiden que otros lo puedan hacer. Rebelión contra cierta clase de profesorado que tiende a acomodarse a la situación. Y colocar a los niños en el lugar que deben ocupar por su edad, conocimientos y madurez. Ganarán, pues uno desea creer que son la mayoría.

*Profesor