Las circunstancias han hecho que Recep Tayyip Erdogan (Rice, Turquía, 26-2-1954) haya pasado de estar inhabilitado para cargos representativos a convertirse en el primer ministro de su país. Por ello ha de decidir la colaboración con Estados Unidos en la guerra contra Irak y él, islamista convencido, puede verse en la necesidad de defender el uso del espacio aéreo turco y, en un futuro inmediato, el paso de tropas por tierra sin que haya una gran compensación económica. Algo caerá, pero no tanto como pretendía el Parlamento otomano cuando no aprobó por suficiente mayoría la propuesta del anterior Gobierno.

Atenazado por la Administración de Bush y por la jerarquía militar turca, Erdogan ha de demostrar que tiene suficiente personalidad para hallar la propia vía política. Cuando fue alcalde de Estambul puso de manifiesto que era honrado y efectivo, pero varias de sus intervenciones públicas le han granjeado enemistades por evidentes faltas de tacto. Se supone que ha aprendido de sus pasados errores y que puede hallar la manera de quedar bien con unos y con otros, pero lo tiene difícil.

El carácter laico de Turquía choca con las convicciones de Erdogan, pero es una garantía para integrarse en una Europa cuyos países líderes --la España de Aznar hace rancho aparte-- no están con Estados Unidos. Un lío más.