La relación comenzó a través de un juego online en el que pueden participar varias personas. Tras conjugar destreza y horas de juego, ella iba logrando que su virtual personaje femenino mantuviera la vida y fuera avanzando fases en un escenario de confrontación y violencia continuada. El, jugador hábil y perseverante, también conseguía que la figura masculina escogida en el juego saliera victoriosa al superar imprevisibles y hostiles etapas que dejaban la pantalla teñida de sangre y el recorrido sembrado de cadáveres.

Pasado aproximadamente medio año, el amor que había ido creciendo y abriéndose paso en un territorio dominado por las espadas dio lugar a la boda de los personajes del juego; y cuatro meses más tarde, la pareja de jóvenes coreanos contraía matrimonio en la vida real. Transcurrido el tiempo llegó un bebé, y el joven padre al finalizar la jornada laboral no regresaba al hogar, sino que acudía a un local de cyberjuegos donde pasaba horas enganchado a los mandos y la mirada absorta en la pantalla. Mentía y renunciaba a la vida junto a su esposa y el recién nacido para desempeñar un papel ficticio, tenía un problema: era un adicto a los videojuegos.

Como en tantos aspectos de la vida, la receta consiste en moderación y equilibrio.