Abogada

La tele está encumbrada en lo más alto de nuestra excepcional sociedad. Todo lo que está en televisión, o aspira a ser televisivo, está condenado a ser apreciado y valorado. ¿Has salido alguna vez en televisión?, te preguntan. Es que esto es importante dicen los entendidos. Pero, ¿qué sucede cuando desde el receptor no impera siempre lo más loable, o lo mejor hecho?; y se da paso a escudriñar en los más bajos instintos de nuestros semejantes. Pero la televisión también es escaparate, esa especie de tribuna que se utiliza para interpelar sobre lo que nos interesa. En este juego todos parecen entrar. Yo quisiera hacer la llamada de atención respecto a esas loables organizaciones no gubernamentales que publicitan, sin ambages, las miserias contra las que reconocen luchar.

Una se pregunta hasta qué punto puede ser lícito utilizar la imagen de un niño mutilado, la de un hombre leproso, o la de una mujer agredida sexualmente como instrumento de reclamo. Nadie en este país se le ocurriría, por imperativo legal, usar la imagen de un pequeño como víctima de un delito. ¿Por qué, por tanto, permitimos la exposición pública de estas personas? Puede estar bien el último deseo de estas organizaciones de concienciar a la sociedad más desarrollada del drama de países subdesarrollados, pero no creo que esto se deba hacer a costa de la libertad personal y los derechos de ese niño, esa mujer y ese hombre, que, aunque anónimos para nosotros, sí tienen que ser absolutamente respetados respecto a la preservación de su propia imagen. A veces una piensa que se comercia de alguna manera también con la pobreza, aunque sea a costa de hacer el bien, ese maravilloso bien por el que algunos ponen también un precio.