Hace 30 años el malogrado Fernando Martín tuvo la osadía de convertirse en el primer jugador español que se enrolaba en la mejor Liga de baloncesto del mundo. La NBA se veía entonces como un olimpo vetado para los jugadores europeos o para los que no se hubieran formado en el baloncesto universitario de Estados Unidos. En estas tres décadas transcurridas, la liga profesional de EEUU mantiene su incuestionable hegemonía pero ya ha dejado de ser inaccesible: este año hasta 10 jugadores, casi un equipo, con pasaporte español ha iniciado una extenuante temporada. El cambio ha llegado tanto por la progresión del baloncesto fuera de EEUU, manifestada en España con la triunfal generación que lidera Pau Gasol, secundado por el extremeño José Manuel Calderón, como por la constante búsqueda del mercado planetario que define a una liga -como todas las profesionales de EEUU- que se mueve por igual entre el deporte y el negocio.

El contrato televisivo de 24.000 millones de dólares para los próximos nueve años, superior a las cifras de la Premier League, ha aumentado aún más la brecha económica con otras competiciones. Con tantos recursos no escatima dinero para reclutar a jóvenes como Álex Abrines o los hermanos Hernangómez que aquí aún no se habían sacudido la etiqueta de promesas. De ahí que el básquet europeo y el español deban proteger y potenciar, en la medida de lo posible, el talento propio como arma de supervivencia para intentar frenar la avalancha NBA.