Cuando una persona joven es llamada a formar parte de un proceso electoral, para constituir el Congreso y el Senado, llega incluso a pensar que, tras ocho horas de duro trabajo, podrá descubrir los entresijos de un sistema interesante.

Nunca una idea fue más errada. Bienvenidos al pasado. Como vocal, dejas de ser aquel que eres durante tu semana laboral, donde ofreces tu mejor faceta. Por el contrario, el sistema te abduce y pasas a contar (erróneamente) cientos de votos a senadores para luego transcribirlos manualmente y replicar esas actas una y otra vez. Los visionarios que hablan por la calle de voto electrónico no son más que unos charlatanes, cuando uno se da cuenta de que estamos lejos aún de la fotocopiadora.

Vayamos todos a las urnas, a votar a unos representantes que luchen por hacer de este un país mejor. Vayamos a luchar por una jornada laboral equilibrada, un horario y un sueldo dignos. Eso sí, hagámoslo pasada la jornada electoral, en la que, durante 17 horas, por menos de cuatro euros la hora, el ciudadano de a pie podrá contemplar el esperpento de un sistema retrógrado que refleja el funcionamiento de los órganos públicos. Uno no se queda tranquilo habiendo visto el funcionamiento más primordial de la democracia: los comicios. El resto de órganos estatales ¿funcionarán de manera tan atroz y arcaica? (Siento ser un apasionado de las preguntas retóricas).

Como participante que acudió a cumplir el deber ciudadano en una mesa electoral, me avergüenzo del sistema repleto de errores que usamos, del trato recibido y de la organización de estos comicios por parte del Ministerio del Interior. En nombre de todas las mesas, lo hicimos lo mejor que pudimos.