WUw na lesión cardíaca que nunca nadie pudo prever ha arrebatado la vida a Daniel Jarque, capitán del Espanyol desde hace tres semanas. Jarque simbolizaba en gran medida la refundación del club emprendida desde el mismo momento en que decidió construir un estadio, cuidar la cantera y subrayar unas señas de identidad que el paso por Montjuïc amenazó muchas veces con diluir. De ahí que quepa hablar de una doble fatalidad: la desaparición de un joven deportista a punto de ser padre y la desazón de una entidad que eligió a Jarque para que fuera referencia de los nuevos tiempos. La tragedia de Jarque se suma a las que figuran en el recuerdo de todos --Antonio Puerta, Marc-Vivian Foé, Miklos Feher-- y que obligan a plantear preguntas esenciales para saber cómo es posible que la muerte siegue vidas tan jóvenes sin que los controles médicos, rigurosos y constantes a que se someten los futbolistas de élite logren evitarlo. Jarque y quienes le precedieron en el infortunio estuvieron al cuidado de profesionales solventes desde que empezaron a despuntar, siguieron dietas sanas y equilibradas y nunca avisaron de que algo en su cuerpo podía fallar. La hora fatídica llegó sin previo aviso. Como en los casos antes mencionados, el mejor homenaje que el club y sus seguidores pueden rendir a Jarque es guardarlo en la memoria y seguir por el camino de superación emprendido. Si el Espanyol le hizo su capitán porque vio que encarnaba lo mejor del deporte, del esfuerzo continuado, la constancia y el espíritu de superación, esa debe ser la senda que sigan sus compañeros, abatidos ahora por el vacío que deja la muerte cuando frustra nuestros mejores sueños.