La cautela y la serenidad frente a problemas económicos tan serios como los que estamos viviendo --en plena fase de ebullición y de un, más que demostrado, calado internacional-- deben ser compañeras de viaje de cualquier responsable político, máxime cuando hablamos de asuntos tan relevantes para la opinión pública y para el bolsillo de los españoles. A Zapatero se le pueden reprochar muchas cosas: su precipitación a la hora de emitir opiniones, sus errores de cálculo a la hora de determinar el análisis de la realidad y algunas más, todas dentro del margen permisible que para estos casos parece lógico y normal, tal y como se reconoce por parte de los expertos en la materia. Sin embargo, lo que en mi opinión es una falta de consideración absoluta, es el pretender argumentar su pasividad o poca implicación en la resolución de los problemas de los ciudadanos provocados fundamentalmente por este conglomerado de consecuencias que se vienen produciendo en los últimos meses.

Desde el primer momento y desde su inicio este Gobierno creo que ha mantenido una estrategia de responsabilidad y de implicación absoluta en esta crisis, pese a las críticas que la oposición ha vertido de manera constante, en ocasiones infundadas y fuera de contexto. La puesta en marcha de varias medidas específicas, el fomento del diálogo social y una permanente disposición a remangarse y a mojarse dentro de las competencias que la ley le permite, creo que son suficientes argumentos para ello. Si a eso unimos la más flamante acción que garantiza y blinda los ahorros de los ciudadanos frente a inesperadas turbulencias que parecen estar sacudiendo a otros países europeos, la confianza de la ciudadanía --de capa caída en los últimos tiempos-- parece haberse recuperado. La empatía y el optimismo son sin duda los mejores aliados para luchar contra una crisis, y por ello confío en que también se intervenga urgentemente sobre el mercado laboral para reducir el notable crecimiento del desempleo en nuestro país.