Hace unos pocos días tuve la breve oportunidad de deambular por un barrio de la ciudad donde resido, Madrid, que raramente piso: Ventas. Tan castizo y tan popular. Y lo hice con un gato. Pero de los de verdad, no de esos que maúllan. Un "gato" nacido y criado frente a la Plaza de Toros que da nombre al barrio, creciendo en esas calles de característicos letreros azules y chulería bien entendida. Me contaba con un leve deje de nostalgia en su voz los lugares en los que había vivido y los recuerdos que evocaban. Desgranando con ilusión los sitios de la infancia, adolescencia y primera juventud.

De la cuna a la Universidad. Al otro lado de ese río zigzagueante que es la M-30, Ventas se ha mantenido casi puro, incólume, firme en su esencia y escapando de ese otro Madrid, de inspiración cosmopolita, con sus bares con platos cuadrados y mini hamburguesas (que ahora se llaman gastrobares) y sus locales de afterwork, llenos de habituales encorbatados y niñas monas. Yo, confieso, soy uno de ellos. De los de corbata, se sobrentiende.

Quizás ocurre porque fue un territorio receptor de mucha inmigración en los cincuenta y sesenta. De esos madrileños cuyos padres mantiene lazos con la provincia donde nacieron. Vínculos más emocionales que físicos. De los de escapada en cuanto es posible. Muchos de ellos son extremeños. Por eso, todo aquello se me hacía raramente conocido y extrañamente paralelo a lo que yo había vivido en Cáceres. Digamos que se percibía un orgulloso estilo de ser "de provincias". Y observas que, en medio de la vorágine habitual del Madrid impersonal y diario, todavía se paran a saludar por la calle.

XDE PROVINCIAS.x Reconozco que siempre me ha gustado esa expresión, incluso cuando quién la utilizaba lo hacía con indisimulado tono despectivo. Cuando llegué a estudiar a Madrid, hace más años de los que me gustaría confesar, lo hice en un ambiente exterior a la propia ciudad en sí, rodeado de otros estudiantes de provincias. Y allí, en un microcosmos donde lo habitual era gastar bromas a cuenta del origen de cualquiera que asomase por la cafetería, en el fondo nos unía esa sensación de ser de fuera, de provincias. Y, sí, lo llevábamos a gala. Una red de seguridad.

Ser de Cáceres y haberte criado en sus calles y colegios te supone, por sí mismo, una educación propia. Supongo que es lo mismo que ocurre si lo haces en Salamanca, en Logroño o en Huelva. Vamos, en esos sitios donde es fácil que todos sepan tu nombre (sí, esto está copiado de la cancioncilla de la entrada de "Cheers"). Cada uno con su idiosincrasia particular, como pequeños oasis ajenos a lo que ocurre en el espejo de enfrente. Presumo que el ser de provincias te da para tener perspectivas (Ana, te cojo prestado el nombre de tu columna) que permiten acercarte a las cosas desde un prisma hecho a una medida distinta.

Lo más dramático que está teniendo esta travesía de Argos de la crisis (propugno desde ya cambiarle el nombre, porque se queda cortito el apelativo) es esa cifra de los cinco millones de parados. El paro, ese ratero que nos vigila cuando sacamos pasta en el cajero para esquilmarnos, no tiene nombre y apellidos y está golpeando a personas de toda condición. Por muchos que se empeñen políticamente en segmentarlo y estadificarlo, como si fuera el resumen de un partido de baloncesto, es difícil no conocer casos muy distintos en teoría que están sufriendo el aguijón del desempleo.

Pero es curioso como en las ciudades pequeñas se está tratando este asunto como un problema de familia. No hablo del concepto de familia clásica o tradicional, sino como esa unión del tipo que sea. Núcleos familiares que se ven en la tesitura de asistir a quien se queda en el paro. Muchas veces, se quiera o no. Es lo que hay que hacer. Una redes de seguridad creadas frente a la inacción del Estado. Una respuesta privada, lejos del ruido público de ayudas que no llegan o programas que se recortan, de quién se acaba organizando por su cuenta. Reconozco que mi confianza en lo gestión de lo público, que ya de por sí no era excesiva,se resquebraja más cada día que pasa y miro titulares en prensa. Con sus honrosísimas excepciones, por supuesto.

De provincias pero abiertos a lo que pasa en el mundo. Con apoyo detrás pero con las ganas puestas en lo que está por venir. Y la maleta siempre preparada. Es lo que viene... eso y el Womad, claro.