Este sábado ha sido de toma de las calles y plazas por el movimiento que me gusta llamar el 65M, el de las pensiones, ya sean pensionistas actuales o los a punto de llegar pero que están francamente asustados por las alarmas de amenazas sobre el sistema público, y la entrada en vigor, el año que viene pero no con efectos retroactivos, del factor de sostenibilidad, que según está planteado irá reduciendo esas paga conforme siga aumentando la esperanza de vida.

En esas concentraciones machacadas por los aguaceros se ha visto a muchas personas que pasadas las décadas se ven las caras como ya se las vieron hace más de 40 años. Son los jóvenes de la Transición, los que tenían entonces 20, 25, 30 años, ese caudal que nutrió los partidos en la clandestinidad de su recta final, al PCE, al renacido PSOE tras el congreso de Suresnes; los que junto a los dirigentes políticos y sindicales tiraron del carro y llevaron entonces a la calle la protesta contra la dictadura de Franco en su recta final.

Se dejaron las barbas, si es que pese a su juventud conseguían que alcanzaran el espesor adecuado, compraron chaquetas de pana, vibraban con la mitología del recién derrocado intento de socialismo humano en Chile y su golpe militar de 1973. La canción protesta española, los cantautores, la canción política, aquella organización de la militancia musical incluso por autonomías, en aquel Festival de los Pueblos Ibéricos que se organizó en una hondonada de la Universidad Autónoma de Madrid en 1976, desde cuyos altos los grises con abrigo y casco del mismo color oteaban aquella muchedumbre de jóvenes barbudos que iban coreando.

ALLÍ ESTUVIERON los extremeños Pablo Guerrero y Luis Pastor, el de la Siberia pacense y el de las Villuercas cacereñas, Esparragosa de Lares y Berzocana, cantándoles a aquellos jóvenes que aquel dia se fueron felizmente a casa sin la consabida ración de palos ni los chorros de agua de las ‘lecheras’.

Han pasado más de 40 años y la gran mayoría son ya pensionistas, buena parte de ellos además prejubilados anticipadamente en oleadas de las empresa públicas como Telefónica o Radiotelevisión Española, empresas de electricidad, o el gran campo de la banca, que ha sido el alumno más avispado en esto de aligerar plantillas de empleados con derechos y trienios, para sustituirlos por jóvenes licenciados en Económicas a quienes explotar pese a los 70.000 millones de euros que nos han sacado del bolsillo a los españoles para solucionar la avaricia de sus directivos y ejecutivos; codicia que practicaban de forma colectiva o individual (buenas primas en la nómina por colocar a ancianas productos financieros no tóxicos sino mortales).

UNA VEZ parece que pasada la ola del 2011 y 2014, cuando los jóvenes se engancharon a un segundo intento de Transición política y social, enfrascados en un 15M frustrado, y su expresión política tres años más tarde que fue Podemos, vuelve el momento de aquellos jóvenes barbudos y con chaqueta de pana, de echarse a la calle pero con la experiencia, formación y madurez que han ido agrandando desde que hacían pintadas, esparcían volatinas o se manchaban de cola cubriendo las paredes con carteles subversivos.

Los jóvenes de hoy, algo frustrado aquel espíritu del 15M, entre otras cosas porque toda revolución por pequeña que sea necesita una ideología y fondo teóricos y de pensamiento claros, se han resignado a la emigración, al contrato basura, a los ordenadores de sus habitaciones, mientras que al Gobierno le ha surgido una verdadera preocupación con este 65M de mayores de 65 años rabioso, maduro, nutrido por quienes luchaban contra los métodos de Billy el Niño, los gobernadores civiles franquistas, y la hipocresía de aquel régimen que se desmoronaba entre acuchillamientos y tomas de posiciones internas.

Estos pensionistas, muchos de ellos con la experiencia de aquellos años, ya son otra cosa, y sí un fuerte quebradero de cabeza para Mariano Rajoy y los suyos.