TUtna de las mayores hazañas, por así decir, de Felipe González durante el largo período en que presidió el Gobierno fue quebrar la opinión pública, hasta entonces contraria a la pertenencia de España a la OTAN, para que en el referendo celebrado en marzo de 1986 prevaleciera la postura favorable a la integración de nuestro país en esa organización militar. El PP, entonces Alianza Popular, propugnó por razones tácticas la abstención, los partidos nacionalistas se movieron en una estudiada ambigüedad y las organizaciones situadas a la izquierda del PSOE echaron el resto, sin éxito, para que venciera el no . El papel de la televisión pública (la única entonces existente) actuando sin complejos a favor del fue determinante.

Menciono lo anterior como precedente, para el improbable caso de que prosperara la idea defendida por algunos partidos y movimientos sociales de que la modificación de la Constitución recién acordada por el PP y el PSOE sea sometida a referendo. Una consulta prescindible, a mi juicio. Y no porque la gente no merezca ser escuchada, ni porque el asunto sea insignificante. Prescindible porque si los dos grandes partidos, que reúnen a la inmensa mayoría de los electores, han acordado algo, por alevosamente que haya sido, es difícilmente imaginable que con la campaña que llevarían a cabo no lograran que su decisión fuera respaldada abrumadoramente en un plebiscito. Mejor ahorrarnos el espectáculo.

Me temo que quienes frecuentamos internet y procuramos informarnos por canales independientes tendemos a confundir los deseos con la realidad, pensando que lo que se cuece en un rincón de la Red es fiel reflejo de lo que se cuece en la sociedad; que el nivel de politización de foros y redes sociales es generalizable a toda la población. Y no es así. No quiero ser pesimista, pero no hay más que analizar los paneles de audiencias de las distintas cadenas de televisión o ver qué noticias son las más leídas cada día en los periódicos de mayor difusión, para constatar lo poquito que tendrían que hacer los opuestos a la modificación constitucional ante una campaña en sentido contrario encabezada por los dos grandes partidos, con toda la artillería publicitaria a su servicio. Pensar lo contrario, siento decirlo, es tan respetable como propio de una ingenuidad casi angelical.