El resultado del referéndum contra las cuotas de los refugiados en Hungría tiene un resultado ambivalente para su promotor, el primer ministro Viktor Orbán. El voto mayoritario contra los refugiados que dieron las urnas queda invalidado por no haber alcanzado el 50% del censo. Jurídicamente, tampoco tiene valor en la Unión Europea, pero el resultado es nefasto en cualquier caso, teniendo en cuenta las actuales circunstancias de falta de autoridad en la Unión y la creciente xenofobia que recorre el viejo continente. La pertenencia a la UE implica el respeto a las normas acordadas y firmadas por los países miembros, entre ellos, la propia Hungría. En estas circunstancias, plantear una consulta como la de ayer es un ejercicio indecente de demagogia que en ningún caso es admisible en Europa, y menos todavía cuando la campaña gubernamental ha estado plagada de las más burdas manipulaciones. El resultado puede debilitar a Orbán, pero el simple hecho de plantear la consulta da alas a otros gobiernos del centro y el este de Europa en los que reina el ultranacionalismo y el desprecio de los principios europeos. Sería muy hipócrita, sin embargo, considerar a Hungría como el gran enemigo de aquellos principios sobre los que se basa la Unión. Orbán ha podido llegar tan lejos en su programa ultranacionalista y xenófobo porque los países miembros no han sabido o no han querido hacer frente a un problema de gran dimensión como es el de los refugiados con medidas adecuadas y dignas.