En estos días nada puede sorprendernos de las múltiples lecturas que se pueden extraer de los resultados electorales. Si bien, no podemos huir de titulares simples, sí estamos en condiciones de afirmar que el PP le ha dado un buen bocado a Ciudadanos y que el PSOE ha aguantado firmemente el envite de Podemos.

Tampoco procede, agarrándonos a los números, mirar para otro lado, como si tras un accidente en el que nos hemos roto las dos piernas, sólo nos preocupe señalar que, menos mal que "el de al lado se ha partido la cabeza". Es, por consiguiente, de una torpeza intelectual supina, no reconocer nuestras limitaciones, pues ello evita que podamos volcarnos en aquellos lugares donde se ha producido los peores resultados. Tarea, evidentemente tenemos.

Eso tampoco empequeñece el que estemos en la obligación de resaltar, por si a alguien se le olvida, que el PSOE ha ganado en decenas de poblaciones, muchas de cierta relevancia, sin ocultar que se tiene un lastre en las dos capitales de provincia. Otro elemento muy destacable que demuestra la fuerza del socialismo en Extremadura, es que ha sido, precisamente aquí, donde el PSOE ha obtenido el mayor porcentaje de voto. Hecho el diagnóstico, busquemos la rehabilitación.

Cuestión aparte es que nos encontramos en un escenario nacional en el que la ausencia de mayorías absolutas va a hacer imprescindible entenderse. Y se puede crecer, y mucho, desde la oposición. Ni es la primera vez, ni será la última que suceda.

Así pues, el objetivo, a mi juicio, es reafirmarnos en demostrar que somos una fuerza política de izquierdas para que vuelvan a nosotros los votantes que nos han abandonado. No hace falta recordar que el PSOE comenzó su historia parlamentaria con un solo

diputado nacional, el auténtico Pablo Iglesias. Y seguiremos siempre: con más de 200 o con menos de 100. El PSOE, a las pruebas me remito, está reñido con la resignación.