Camino de Washington, donde hoy almorzará con el líder norteamericano, el señor Aznar ha tenido tiempo para reflexionar. La travesía del Atlántico es una buena ocasión para ello.

Por ejemplo, sobre lo criticona que se vuelve la ciudadanía. Ahora mismo podrá decir, que él, un plebeyo, no se acercó a ninguna playa en las cuatro horas que estuvo en Galicia y que no se le vio con las gentes del mar ni con los voluntarios. En cambio, el príncipe Felipe, siendo de la realeza, no ha regateado el tiempo de estancia, se ha ensuciado los zapatos de chapapote y ha confraternizado con el pueblo. La gente no sabe, pensará el señor Aznar, las responsabilidades que recaen sobre un presidente del Gobierno. Don Felipe de Borbón, en cambio, sólo es un heredero de la Corona y puede dedicar todo el tiempo a pasear.

Pero, a 9.000 metros, lo que debe ocupar más tiempo a Aznar es su encuentro con Bush. Se abstendrá de felicitarle por su licencia para matar concedida a CIA, porque estas cosas tan salvajes no gustan en Europa. Tampoco la criticará. Dios le libre. Y si es el amo de la Casa Blanca el que le pide opinión, deberá hacerse el distraído. Si lo ha logrado durante un mes con la marea negra, ahora no ha de ser un problema mirar a otra parte.

Otro tema de interés es la compra de periodistas europeos para que den una buena imagen de EEUU. Sabe mucho de estos temas y le puede aconsejar. Y mejor comprar empresarios que periodistas. Si le interesa, le puede mandar consejos sobre cómo poner a su servicio cadenas enteras de periódicos, emisoras de radio y estaciones de televisión. El lo hizo y le ha ido la mar de bien.