El país cuyo principal foco de atención tras una cumbre internacional consiste en la foto de unas niñas es un país inculto. Los periódicos que la colocan como información de primera página no son sino prensa amarilla. Los comentaristas políticos que consideran el posado de unas crías como tema para analizar, carecen de argumentos y de vergüenza. Los tertulianos que critican y se burlan de unas menores son unos miserables. El padre que juzga la educación que otros padres dan a sus hijas por la ropa que estas llevan es osado e injusto. El articulista que infiere que un progenitor carece de autoridad sobre sus pequeñas porque no las obliga a vestir de determinada manera acorde con lo que él considera que es el protocolo y por tanto no tiene autoridad para gobernar un pueblo es un oportunista sectario. La oposición que anima y consiente y no corta de raíz y no se avergüenza de semejantes comentarios e intenta desgastar al adversario haciendo carnaza de su familia es inoperante y ridícula. El creador de opinión que defiende que se puede atentar contra el derecho a la intimidad de unas jovencitas por el hecho de que vayan a un acto oficial con sus padres es un creador de opinión culpable. Los medios de comunicación que no respetan a unas adolescentes son medios de comunicación delincuentes. Las redes que ridiculizan y deforman y utilizan y toman a chirigota a unas criaturas inocentes son unas redes diabólicas. La vicepresidenta de Gobierno que sostiene que los padres son los que deciden si sus hijas aparecen en los medios o no, pero prohíbe a los mismos padres que opinen si su muchacha quiere comprar la píldora postcoital o abortar es una mandataria incoherente. Las leyes que no defienden siempre a los menores, por muy menores que sean, son unas leyes peligrosas y el Gobierno que las impulsa también. La opinión pública que consiente y anima y jalea y compra los comentarios, las fotos y la vida íntima de las hijas de otro es una opinión pública enferma. De muerte.