TEtl cronista Andrés Bernáldez , cuando los soldados del Gran Capitán entraban en combate, gritaban:"¡España, España!". Era el orgullo de una nación que iniciaba el vuelo de su futuro Imperio. Por eso aplaudimos la actual serie de TV 'Isabel', aquella princesa rubia de ojos azules que, ha poco, mostró su belleza en la concatedral de Sta. María de Cáceres. Serie que vemos con asombro al mostrar escenas de hermosos gestos y miserias hondas, grandes lealtades y traiciones de corruptos trepadores, mientras se forjaba la Patria con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón . Unos reyes que, salvo errores, pusieron los cimientos de un vasto imperio de 300 años, que algunos creen que ha sido aderezado por tópicos baratos y glorias católico-imperiales; pero arguye Pérez Reverte : "Si fuéramos gringos tendríamos maravillosas películas épicas hechas por John Ford ". Y es que somos proclives a subestimar lo nuestro, en todos los campos de la historia y de la cultura. ¿Por qué...?

Aquella monarquía dual sorteó incesantes intrigas, intereses bastardos y caminos tortuosos, hasta su consolidación; aunque tales servidumbres históricas no han cesado, pues la sociedad evolucionó muy poco desde el siglo XV al XXI. Cambian las circunstancias, pero las pasiones y ambiciones son similares. Aunque la Providencia aporta, en momentos capitales, singulares personajes que aglutinan los estados. Este es el caso de estos monarcas, dos columnas de un país emergente y valladares ante feudalizantes banderías. Isabel, que tenía en Guadalupe su 'paraíso', era fuerte de ánimo y leal a sus principios, enérgica y delicada. Fernando, siempre prudente, y tan buen político que Maquiavelo lo consideró paradigma de príncipes gobernantes. Ambos potenciaron una España de proyección universal. ¿Qué queda de esa proyección?

Parafraseando a Quevedo , --"no hallé cosas en que poner los ojos"--, en plena crisis social y política, como hoy, todo se critica y cuestiona con peligro de cuartear la cimbra que sostiene la pluralidad y la democracia, cuando arrecian intentos de desgarrar al país con pujos secesionistas, hiriendo así ese patriotismo vigoroso, que es uno de los grados supremos de civilización. Por eso es estúpido rectificar nuestra historia, pues la "España como misión", de Ortega y otros pensadores, sigue siendo real, aunque sin líricas tramoyas ni utopías.