TNtos han hecho creer que la recuperación económica pasaba inexcusablemente por las horcas caudinas de la reforma del mercado de trabajo. Que se trataba de un sacrificio tan necesario como inevitable. Pero las propuestas de la patronal, más que una pretendida renovación del modelo laboral con vista a crear empleo y a mejorar la competitividad, buscan sacar beneficio de esta circunstancia adversa, terminando así con algunas conquistas sociales.

No conformes con los contratos basura, los dirigentes empresariales, han puesto sobre la mesa negociadora un inusitado contrato de inserción, al objeto de que los jóvenes menores de treinta años se incorporen al mercado laboral en unas condiciones precarias. Con una retribución equivalente al salario mínimo interprofesional, con un despido sin derecho a indemnización, ni a percibir prestación alguna por desempleo, quedando este convenio al margen del Estatuto de los Trabajadores. No se trata ya del despido libre, sino de algo que va más allá, de una medida oportunista que duele por lo que tiene de inoportuna y de insolidaria.

Algunas empresas aprovecharon el río revuelto de la crisis para soltar lastre. Intentaron también modificar la actual normativa sobre el control administrativo de los ERE, para actuar protegidos bajo el paraguas de la legalidad. Tampoco muestran reparo alguno en esquilmar aún más, las ya de por sí escuálidas arcas de la Seguridad Social, buscando una reducción de las cotizaciones empresariales con el pretexto de incentivar los nuevos contratos.

Es cierto que corren malos tiempos para la economía en general, y que la patronal no es un ejército infectado de capitalistas sin escrúpulos, pero deberían ser más cautos a la hora de presentar como novedosas, medidas desestimadas ya en Francia, o pretender justificar su actitud alegando que muchas de las pequeñas y medianas empresas se ven abocadas al cierre. Ya que ninguna de ellas ha sucumbido debido a la intransigencia de los trabajadores, sino por falta de crédito, por unos escasos aprovisionamientos, por una morosidad practicada incluso desde las instituciones o merced a la caída de la actividad y del consumo. Algo que ahora pretende atajarse sustituyendo el crédito financiero por préstamos directos a cargo del ICO. No se trata de politizar la financiación para que termine siendo objeto de corruptelas, de nepotismos o para que se volatilice íntegramente por el sumidero de los fondos perdidos, sino de renovar aquellos préstamos solicitados por empresas viables y otorgar otros nuevos que estén debidamente justificados.

Fieles a esa modalidad de un paso adelante y otro atrás que últimamente se ha impuesto como norma. Los empresarios reconocieron que su propuesta era sencillamente una hipótesis de trabajo y un juego de simulación. Las expectativas de los jóvenes no merecen verse inmoladas de un modo tan sectario en el altar sagrado de la productividad.