WEwl resultado de las elecciones celebradas el en Serbia ha dado una nueva mayoría al bloque europeísta que quiere acercarse a Occidente y ha confirmado la división del país en dos bandos antagónicos: el de quienes fijan el ingreso en la UE como el objetivo principal a largo plazo y el de quienes, herederos del nacionalismo panserbio del fallecido Slobodan Milosevic, se sienten sitiados y víctimas de la incomprensión. Aunque la UE ha subrayado la victoria reformista y ha soslayado los resultados obtenidos por sus adversarios, estos representan un tercio largo de una población minada en sus más íntimas convicciones por el desmembramiento de Yugoslavia y la ruina económica. Por si fuera poco, son impredecibles en la fractura social serbia los efectos que puede tener la apertura del proceso que debe conducir a la independencia de Kosovo o, en su defecto, a alguna fórmula confederal casi idéntica a la secesión. Esto es: hasta qué punto, la división confirmada en las urnas puede agravarse y engordar las filas del ultranacionalismo cuando la provincia albanesa de Serbia escape a la autoridad de Belgrado. Baste decir que está muy extendida la idea de que la comunidad serbiokosovar ha pasado de victimaria a víctima con el beneplácito internacional.

Por no hablar de la exigencia de la UE de que los gobernantes serbios se apliquen en la detención de los criminales de guerra Radovan Karadzic y Ratko Mladic para llevarlos ante la justicia internacional. Sin esa medida, no hay acercamiento posible a Europa; con ella, los reformistas han de estar preparados para hacer frente a la previsible sacudida política que desencadenará.