Al escribir o pronunciar el nombre de Haití, a continuación se dice "el país más pobre de América ". Ese es su dramático apellido, fruto de una maldición secular sobre las gentes que habitan y han habitado esa geografía en sus dos siglos de independencia. Si el azar juega un papel en el destino de los pueblos, podemos afirmar que Haití ha tenido una permanente mala suerte. Si la providencia condiciona la marcha de las naciones, Haití ha sido abandonada permanentemente a la desventura y a la tragedia. Estos días Puerto Príncipe, ¡qué bello nombre!, es para el mundo la imagen donde tienen su clamorosa residencia el dolor, la desolación y la devastación. La tragedia viviendo. Vemos la desesperación cristalizada en los ojos de los niños. El periodista haitiano Yannick Lahens escribió hace tiempo: "Hablamos de una cadena infinita, ya que los pobres tienen sus pobres. Detrás de una miseria se esconde otra miseria más profunda".

El país más pobre de América es también el primer país que fue independiente. La independencia comenzó mal, y aunque Francia la adornó con el lenguaje del siglo de las luces, la realidad fue muy distinta. El general que encabezó la rebelión, Jean-Jacques Dessalines , enloqueció de poder y se proclamó emperador, aunque poco pudo disfrutar de la corona, ya que lo asesinaron al año siguiente. La violencia pasó a formar parte de la vida cotidiana, la violencia de una naturaleza despiadada de los dominadores sobre los dominados. En general, la minoría mulata reinaba, sin concesiones, sobre la mayoría negra. En los años 40 del siglo pasado apareció en el paisaje social el médico François Duvalier , que luchaba contra el paludismo, el tifus y otras enfermedades tropicales. La gente le admiraba y le llamaba devotamente Papa Doc, el papá doctor. A finales de los 50 llegó al poder y enloqueció, estableciendo una tiranía sin piedad cargada de pintorescas y sangrientas arbitrariedades. Practicaba el vudú, ese sincretismo religioso derivado de las creencias cristianas y los animismos africanos. A imitación de los Camisas Negras fascistas de Mussolini , creó los Tonton Macutes como apoyo de su dictadura. Al no tener sueldo, vivían del crimen y la extorsión. El poder de Duvalier era total, incluso firmó en 1966 un acuerdo con el Vaticano por el cual influía en el nombramiento de los obispos. El poder de Papa Doc lo heredó su hijo, Jean Claude , conocido como Baby Doc. Tan brutal como el padre y sin ningún carisma, sustituyó a los Tonton Macutes por los Leopardos. Junto con su esposa, la mulata Michele , perteneciente a la élite hatiana, saqueó lo que entraba en las arcas del Estado, derrochándolo en todo tipo de lujos. Un golpe de Estado lo envió al exilio.

Contra los Duvalier se alzó una voz interesante, la de un cura salesiano llamado Jean-Bertrand Aristide , culto, políglota y partidario de la teología de la liberación. Los salesianos lo expulsaron de la orden. Su mensaje populista caló en los sectores más desfavorecidos. Fue elegido presidente y antes de un año lo derribó un golpe militar. Volvió al poder y después fue elegido nuevamente presidente. Enloqueció. Creó los Lavelas, una especie de Tonton Macutes sacados de los barrios marginales de Puerto Príncipe, como Cité Soleil. Los Lavelas y otros partidarios de Aristide se enriquecieron con la droga. La vieja corrupción se renovaba y el país seguía empobreciéndose. A principios del 2004 dimitió y salió del país. Esta dimisión fue más obligada que voluntaria.

El caso es que Haití quedó en el caos, a pesar de que la sucesión se hizo conforme al mandato constitucional. En el 2006 se celebraron elecciones y resultó elegido René Preval , en las coordenadas de Aristide, pero más moderado. No enloqueció con el poder. En el 2008 una combinación de ciclones y lluvias torrenciales devastó Haití causando centenares de muertos. Inauguraron este año con cierto optimismo, con el hacer razonable de Preval parecía que la economía empezaba a dar síntomas de tener pulso. La Minustah, la misión de las Naciones Unidas para la estabilización, con un contingente de 9.000 personas, estaba logrando que el país no se desangrara en violentos ajustes de cuentas. Cumplía sus objetivos. Y de pronto, otra vez la naturaleza le da el mayor zarpazo en una historia repleta de los desastres más variados.

Ante tanto dolor se han desatado torrentes de solidaridad. Pero no basta. Acabo de hacer un telegráfico recorrido histórico para que el planteamiento que hacía en el título tenga una cierta lógica. Es una oportunidad para que los haitianos refunden Haití bajo la tutela directa de la ONU. No sé con qué fórmula jurídica, pero hay que encontrarla para que no se convierta en una sociedad fallida y en un Estado fallido. Para articular el país es necesario, entre otras cosas, descentralizar Puerto Príncipe, donde se amontonan casi dos millones y medio de habitantes. Unicamente con el apoyo de la ONU, aunque no solo con ella, se pueden poner en pie verdaderas instituciones nacionales.