Hace falta osadía para afrontar el concepto de felicidad. Para muchos, dadas como están las cosas, lograrla, es como poseer un cuervo blanco o palmeras en el polo norte. Mas siempre será un regalo de los más diversos matices y colores, según la persona que lo disfruta, porque: ¿Quién no ha sido alguna vez feliz? Cuando tomamos exquisitos alimentos, observamos crepúsculos, leemos libros hermosos, tener hijos buenos, recibir afectos, gozar de salud a prueba de bomba... ¡O tocarnos, quizás, la lotería!

Sin embargo, no hay ningún medio seguro para conquistarla, que vendrá de forma natural al decir del proverbio: "Si quieres ser feliz, como me dices, / no analices, muchacho, no analices". Y otros aducen, como Benavente, que es mejor imaginarla que tenerla, aunque sea poco tiempo, pues siempre nos aliviarán los diarios problemas. De ahí que Borges escribiera: "He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz". Una felicidad, cuyo grado de excelencia no es igual en Burundi que en Dinamarca, en las favelas brasileñas que en un hotel de Nueva York.

Hay personas que no necesitan grandes cosas para gozar, mientras tener mucho dinero no supone, en absoluto, ser felices. Porque ¿no es más cierto que no hay que afanarse tanto en aumentar los bienes sino en disminuir nuestra codicia? Y es que la riqueza es como el agua salada que da mucha más sed cuanto más se bebe. Por su parte, Chejov dice que la felicidad no existe, sino el deseo de ser feliz. Y Bernard Shaw, que la felicidad no consiste en ser dichoso, ni tampoco en no ser desgraciado, sino en procurar lo primero y no resignarse a ser lo segundo. Vienen como anillo al dedo tales reflexiones, al girar todo, en la sociedad actual, en poseer bienes y ganar mucho, aún al precio de vergonzantes corruptelas...

Pero hay fechas, como en la Navidad, en que somos más felices al ser más cercanos a los demás, al tiempo que aflora en nosotros la sonrisa que nubla el gesto hosco de fechas anteriores. Y así han emergido muchos destellos de dicha, estos días, entre familiares, amigos y adversarios políticos, con el olvido de rencillas y malentendidos; aunque no hubo tregua para guerras y asesinatos, sobre todo en países islámicos, y sin remitir la peste negra de la violencia de género. La felicidad, muy vulnerable, la ganamos con tesón, hasta en las horas las críticas de hoy, pues, al ser piedra preciosa, nunca está a la altura de la mano sino casi siempre oculta. Y hay que buscarla.