TNtunca he sido monárquico y nunca lo seré. Ya sea por derecho divino o por el dedazo de un dictador, la monarquía familiar hereditaria es un residuo medieval y contradice, entre otros, dos de los más básicos principios del sistema democrático: primero, la igualdad radical en derechos y obligaciones; y segundo, la elegibilidad de todos para las diferentes responsabilidades políticas. Pero en estos momentos de catástrofe nacional, creo que este país de pandereta que tanto le gusta a Chus Lampreave no está preparado para afrontar un cambio tan trascendental en la jefatura de Estado. Juan Carlos insistió en su último discurso en que no piensa abandonar el trono.

El monarca está decidido a achichar con él una institución dañada por las salvajes matanzas de elefantes en Botsuana, los tinglados del yerno corrupto y las órdenes directas a la fiscalía para salvar de la quema a su hija (que si en vez de Borbón se apellidase Fernández ya estaría imputada). A lo que se debe añadir sus problemas de salud, que le impiden ejercer su principal función, que es representar a España en foros nacionales e internacionales. Los recientes ejemplos de abdicaciones en monarquías europeas más avanzadas que la nuestra --la muy querida Beatriz de Holanda y el sensato Alberto de Bélgica -- o incluso la sorprendente renuncia de Benedicto XVI (el Vaticano no es más que una monarquía electiva) deberían haber servido como ejemplo de buen hacer cuando los tiempos, o la edad, o las dos cosas, ya no son propicias. El príncipe Felipe es una persona experimentada que lleva años preparándose para ocupar el puesto, y ha sabido apartarse de los escándalos que azotan a su familia. La mejor forma de defender su legado sería, pues, cederle el testigo a su hijo. Este debería seguidamente demandar a las Cortes Generales una revisión constitucional para crear una monarquía austera donde sólo su titular estuviera remunerado (como un presidente de República) y se acabaran los privilegios de los otros royals parasitarios, y donde cada uno de sus movimientos estuviera sometido al más estricto control y a la más absoluta transparencia. Sólo así podría comenzar la verdadera regeneración que el rey pidió el día 24.

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