Las manifestaciones prosiguieron ayer en Irán, pese a la prohibición y a la advertencia del máximo líder, el ayatolá Alí Jamenei, de que las elecciones no se ganan en la calle, sino en las urnas.

Este duro discurso pronunciado el viernes, en el que el Guía Espiritual tomó partido claramente por elpresidente Mahmud Ahmadineyad, se ha traducido en dos importantes consecuencias. La primera es la opción por la vía de la represión. Las marchas en la calle para denunciar el supuesto fraude electoral, antes consentidas, se convierten ahora en enfrentamientos esporádicos con la policía, que no permite la concentración pacífica de los manifestantes. La actuación de las fuerzas del orden contra los opositores ha disparado el número devíctimas mortales. Las últimas cifras situaban elnúmero de muertos entre una y dos decenas, según las fuentes.

La segunda consecuencia del discurso de Jamenei es la ruptura de la tradicional neutralidad del ayatolá que es la máxima autoridad de la República Islámica. Al inclinarse por uno de los bandos enfrentados, el Guía Espiritual incumple su papel de árbitro, una circunstancia que solo puede agravar la situación y provocar un aumento de las protestas en la calle.

La división en la cúpula dirigente es cada día más clara. El presidente del Parlamento, Alí Lariyani, antiguo negociador nuclear, se alineó ayer con los reformistas y denunció que el Consejo de Guardianes de la revolución, que debe controlar el recuento parcial de los votos, no es neutral.

Después de silenciar a los medios de comunicación internacionales, el poder controlado por Jamenei y Ahmadineyad ha optado por otra solución clásica de las dictaduras: culpar a un complot de las potencias extranjeras de lo que está ocurriendo en Irán. Los acusados son principalmente Estados Unidos y Gran Bretaña, pero también Francia y Alemania.

Esta acusación contrasta con la prudencia mantenida por el presidente de EEUU, Barack Obama, que no ha querido en ningún momento avalar las acusaciones de fraude eletoral ni apoyar abiertamente al candidato derrotado, Mirhusein Musavi. Desde que la CIA ayudó a derribar al primer ministro progresista Mohamed Mosadeq en 1953, los iranís no aceptan ninguna intervención extranjera y los asesores de Obama saben que decantarse claramente por Musavi es la mejor manera de perjudicarlo.

Entretanto, el hombre que mueve los hilos de la revuelta, el expresidente Rafsanyani, calla, pese a que ayer fueron detenidos cinco de sus familiares. Pero la soterrada lucha por el poder continúa y su desenlace es por ahora imprevisible.