El domingo voy a ir a votar con la misma ilusión con que empiezo el enésimo régimen cada lunes, o sea, con ninguna. Mucho antes de meter la papeleta en el sobre, y este en la urna, sabré ya que mi elección está condenada al fracaso, que desistiré en cuanto tenga delante el plato de espinacas rehogadas y el pavo frío, y me lanzaré a las patatas fritas y los pepinillos, mucho menos saludables pero mil veces más apetecibles después de un largo día de trabajo. Puede que aguante hasta el jueves, como mucho, y si me apuras, hasta el viernes a mediodía, pero el fin de semana vendrá la derrota de la Cuaresma y el triunfo de don Carnal, y donde dije digo, digo Diego y diré y decía. Esto mismo también vale para el domingo, y no estoy/estamos tan mal cuando nos miramos al espejo, y podría/podríamos estar peor, y por un dulcecito no pasa nada, y por pedir la tercera, tampoco. Mal de muchos, consuelo de tontos, otro refrán que podría aplicarse todos los lunes y este domingo, en unas elecciones que a este paso van a acabar por convertirse en costumbre. La misma ilusión, la misma esperanza de conseguir algo, de mirarse y verse no mal, sino mejor, de dejar de echar la culpa al armario de que la ropa encoge sola y olvidarse de ensanchar cinturas para ajustar límites y sobre todo, conseguir lo que uno se propone. Por eso voy a ir a votar, porque aunque sumo ya muchos años de fracasos cada comienzo de semana, y también algunos éxitos que duraron lo que la fuerza de voluntad, creo que mi deber es intentarlo. Puede que por salud, por verme más guapa, por reinventarme y burlar un poco a la muerte que es el régimen definitivo. Puede también que sea porque sigo creyendo que las otras opciones son peores, no iguales, por más que nos bombardeen a diario con informaciones contradictorias y la suma y sigue de corrupciones y engaños haya alcanzado el infinito y más allá. Luego llegará el domingo por la noche, el recuento, la ilusión quizá, y amanecerá el lunes con el súbito deseo de espinacas, brócoli y zanahoria hervida. Perderé cien gramos. Empezarán los pactos, los despropósitos, o quizá no. Engordaré dos kilos en lugar de perderlos. O a lo mejor esta vez la papeleta que meto en el sobre sin ilusión alguna me devuelve si no la esperanza sí la confianza en que las cosas pueden ser de otro modo. Por lo pronto, yo no pienso rendirme. Alguna vez será que sí, y yo lo veré no en el espejo sino en la realidad de cada día, la única imagen que me importa.

*Profesora y escritora.