Hace un par de semanas, escribía acerca de lo decepcionantes que pueden resultar los pactos post-electorales para los votantes de todas las formaciones políticas.

Mi opinión, como es lógico, no difiere de lo que expresé hace tan solo 14 días. Pero, a la vista del malestar que se está generando en la sociedad a propósito de los acuerdos que están suscribiendo los distintos partidos políticos, cabría precisar que las reglas del juego que tenemos en España son las que son, y que, salvo que se modifiquen, son las que hay que acatar.

Esta afirmación puede ser tachada de perogrullada por algunos, pero no lo es tanto si se presta un poco de atención a las expresiones y manifestaciones de quienes se están viendo perjudicados por esos pactos en las distintas poblaciones y comunidades autónomas.

Porque, hasta ahora, la política de pactos beneficiaba, fundamentalmente, a la izquierda. De ahí que, cuando el Partido Popular propuso que gobernase la lista más votada, toda la izquierda política se opusiera radicalmente a dicha iniciativa. Desde entonces, las tornas han cambiado, y la fragmentación del voto de derechas ha alumbrado panoramas locales y regionales en los que la unión de los partidos del centro y la derecha perjudica, sustancialmente, a la izquierda.

Por ello, no pocos candidatos del PSOE, que están viendo como se les escapa el poder debido a las sumas de concejales y diputados del espectro político liberal-conservador, se muestran, ahora, indignados, y proclaman que se está pervirtiendo la democracia o que no se está respectando la voluntad del pueblo, cuando antes no perdían ninguna oportunidad de pactar para desalojar al partido más votado.

Está claro que debe de estar pesándoles no haber apoyado aquella iniciativa del Partido Popupar para que gobernase la lista más votada. Pero nunca es tarde.

Ahora, ellos, tienen la oportunidad de proponerlo, y quienes antes lo promovían, de aprobarlo. Dudo mucho, eso sí, de que ni los unos, ni los otros, lo hagan. Porque, por desgracia, absolutamente todos los partidos políticos defienden solo aquello que más les conviene en cada momento. Altura de miras, lo llaman.