En menos de una semana, Quim Torra ha protagonizado dos lamentables incidentes en el ejercicio de un cargo, el de ‘president’, que demanda la defensa de ideas y posiciones que representen al conjunto de la ciudadanía de Cataluña. La negativa a abjurar de las vías unilaterales que desbordan la legalidad democráticamente aprobada indican una tendencia regresiva: la de la confrontación que tan malos resultados dio en octubre, incluso para quienes de buena fe defendían la causa independentista. No es aconsejable convertir la presidencia en una plataforma de reivindicación continua, máxime si las demandas que se plantean no representan a una mayoría de catalanes. Solo inflama el conflicto en vez de desescalarlo. De idéntica manera, el vacío institucional a Felipe VI en los premios Princesa de Girona solo está justificado por una concepción partidista de las instituciones. Es paradójico aceptar un cargo que sanciona el jefe del Estado para dedicarse a menospreciarlo. Tampoco auguran nada bueno las maniobras previas de Torra antes de reunirse con Pedro Sánchez. ¿Tiene sentido para alguien que pretende negociar seriamente adelantar desde Washington su intención de plantearle la posibilidad de pactar un referéndum de autodeterminación, a sabiendas de que la respuesta solo puede ser negativa?