Desafiando los peores pronósticos que auguraban su inminente retirada de la carrera, la senadora Hillary Clinton regresó a la batalla con dos victorias en Ohio y Texas, estados electoralmente tan poblados como significativos, que le permiten resucitar políticamente y afrontar con credenciales renovadas su pugna con el senador Barack Obama por la candidatura del Partido Demócrata. Se abre un nuevo capítulo en la agotadora y frenética campaña, hasta ahora dominada por el fulgor de la joven estrella de un afroamericano en el firmamento político del país hegemónico. Confirmada la candidatura del senador John McCain en el Partido Republicano, los dos aspirantes demócratas deberán combatir en dos frentes, una situación conflictiva que se prorrogará hasta las primarias de Pensilvania del 22 de abril.

El viento ha cambiado súbitamente a favor de la senadora de Nueva York, debido probablemente a los cálculos de los obreros sindicados, los hispanos y las clases medias, todos alarmados por el inquietante deterioro económico, similar al que cimentó el triunfo de Bill Clinton en 1992. No es desdeñable la influencia en los resultados del viraje de los grandes medios, menos complacientes con Obama, y algunos errores de este en el resbaladizo terreno de la globalización comercial. La crítica comenzó por el horizonte judicial de un benefactor del senador de Illinois, en un ambiente electrizado en el que la capacidad intelectual y todos los ámbitos de la vida pública y privada de los contendientes quedan sometidos a un escrutinio puntilloso. Una exigente práctica democrática