El relevo en la presidencia de Argentina previsto para mañana se realizará en un clima más inclinado al pesimismo que a la esperanza. La herencia que deja Mauricio Macri es poco menos que la de una economía en ruinas, con la crisis de la deuda sin resolver, la inflación disparada y la cotización del peso sometida permanente tensión. El programa de rearme social con el que el ticket peronista Alberto Fernández-Cristina Fernández ganó las elecciones está por ver si es de aplicación inmediata o antes deberá pasar por el tamiz de las exigencias del Fondo Monetario Internacional, que concedió a Macri un crédito de 50.000 millones de dólares condicionado, como suele suceder, a la contención del gasto y al cumplimiento del calendario de amortización de la deuda.

Cuando la derecha llegó al poder habló de la pesada herenca del kirchnerismo. Fernández ya dijo que encuentra un legado calamitoso. La actividad económica es un 4,9% inferior a la del 2015. El salario acumuló una caída del 18,5%. La inflación del 2019 llegará al 60% y más del 300% desde el 2016.

Al mismo tiempo, el regreso del peronismo a la Casa Rosada se produce en medio del recuerdo histórico de los mejores años del tándem Ernesto Kirchner-Cristina Fernández, de la confianza de una parte de la calle en que el compromiso social prevalezca frente a los requerimientos de los mercados. Pero también se produce con la referencia reciente del lado oscuro de la última presidencia de Cristina Fernández, de las causas judiciales que se siguen contra ella y del efecto que la acción de los tribunales puede tener en la cohesión del Gobierno, tentada como puede estar la nueva vicepresidenta en convertir el cargo en un perímetro de seguridad que la proteja de los jueces como en su etapa anterior le fue de utilidad la jefatura del Estado.

Nada es especialmente original en el previsible reparto de papeles entre un presidente gestor y una vicepresidente movilizadora, de perfil populista. Forma parte de la tradición peronista, de este conglomerado multiforme y no siempre previsible que condiciona la política argentina desde los años 40. El riesgo es que, a lomos de la tradición, empeoren las cosas, se agraven la fuga de capitales y la degradación de la economía, y se agudice la fractura social que cada cierto tiempo ensombrece el futuro del país.