El Rey, con una mecánica reiterativa de imperativo constitucional, ha vuelto a pedir a los partidos unidad frente al terrorismo. A la vista de la práctica cotidiana, es una demanda más propia de reyes magos, porque los parámetros por los que discurren los partidos --principalmente el PP-- no permiten el ejercicio de responsabilidad que les demanda el titular de la Corona.

La política se ha convertido en una ciencia esencialmente matemática en la que el humanismo no es más que la envoltura o apariencia de complicadas ecuaciones matemáticas para la búsqueda desesperada del poder. En los logaritmos que manejan los sociólogos existe el virus de la confrontación, desde la convicción que tienen estos magos de la demoscopia de que la radicalización del enfrentamiento es movilizador. Cuanto más encanallamiento, más participación.

La política antes se cargaba con emociones, ilusiones y proyectos; todo ha sido sustituido por el odio al adversario. Más que adorar a Zapatero los sociólogos del PSOE pretenden que se aborrezca a Rajoy porque de esa polaridad surge el miedo a que venza el enemigo y se estimula la toma de posiciones en la barricada. El PP lo hace todavía mejor: pretende convencer a la víctimas de ETA de que Zapatero es aliado natural del terrorismo: entonces se llenan las calles de banderas de España con miles de ciudadanos agitados por Acebes insultando al presidente del Gobierno.

El resto de la política es solo una subasta de propuestas para cada sector de la población que tenga peso electoral con cargo a los presupuestos generales del estado, que se manejan como el granero de una finca. El Rey se equivoca de discurso en cada Navidad. No tiene que pedir unidad frente al terrorismo. Como monarca debiera ser más ambicioso: debiera exigir a los partidos políticos y a sus líderes que se reinventaran a sí mismos para hacer posible la política. No es tan complicado.