Michel Thomas vive, o vivía hasta hace poco, en Almería. Como creció a la vera de su abuela y sus padres tuvieron con él unas atenciones, al parecer, manifiestamente mejorables firma sus novelas con el nombre de Michel Houellebecq, que era el apellido de su abuela, y que usa como un pseudónimo, porque en Francia no están tan adelantados como aquí, donde dentro de poco podrá elegir el apellido que se desee.

A Houellebecq le han dado el Premio Goncourt por su última novela, casi por petición popular. Con él sucedía como con Camilo José Cela , en los años noventa, cuando nunca le concedían el Cervantes, gracias a lo cual algunos años recibieron el Cervantes ilustres y desconocidos poetas hoy ya misericordiosamente olvidados.

Yo leí de él Las partículas elementales , que me gustó, pero menos que a Fernando Arrabal , que es casi un presidente del club de fans de Houellebecq. A su manera, el último premio Goncourt es una especie de Sánchez Dragó a la francesa, empeñado en decir esas cosas que mucha gente piensa, pero que casi nadie se atreve a decir, porque son políticamente incorrectas. Le acusan de misógino, de radical izquierdista y de conservador, todo a la vez o por separado, pero es un espíritu libre que se atrevió a desmitificar mayo del 68 y a decir lo que pensaba del Islam. Y lo que pensaba era que, a su juicio, resulta la religión más idiota del mundo, y que hay que leer el Corán con mucho cuidado por la cantidad de tonterías con las que te encuentras. Naturalmente fue llevado a juicio por los islamistas franceses acusado de incitar al odio y, naturalmente, fue absuelto.

Pero se tuvo que marchar de Francia, porque le resultaba incómodo estar parte del tiempo dando explicaciones por decir lo que pensaba. Si todo ello hubiera sucedido aquí le llamarían facha. Y, desde luego, no le hubieran dado el Goncourt. Por no ser correctamente progre.