Escritor y portavoz

de Nunca Máis

Hay dos clases elementales de silencio. El acogedor, que invita a soñar, y el silencio estremecedor, el que destruye el sueño. Esta segunda clase de silencio, viscoso, imponente, demoledor, es el que caracteriza el avance de una marea negra. Esa es la banda sonora de una catástrofe en el mar. Una intimidación que acalla, que enmudece a las mismísimas olas y hace del vuelo de las aves un peso muerto. Ese silencio también se adueñó del mapa humano de Galicia en los primeros momentos del desastre del Prestige , en noviembre del 2002. Además de compartir la pesadumbre del mar, el nuestro era un silencio de estupor ante las circunstancias que rodearon al siniestro.

Desde el abismo marino, 13 meses después de su hundimiento, el Prestige todavía vomita fuel y silencio. El Gobierno español, y las autoridades del mismo corte político que gobiernan Galicia, han decretado que "el caso Prestige pertenece ya a la historia". Y subrayan: "Es un asunto del pasado".

A ellos me refiero cuando digo que el petrolero todavía desprende silencio. Por su parte, se trata de zanjar el caso mediante la propagación de un virus semejante a los que inutilizan el disco duro en informática, lo que podríamos denominar el virus de la desmemoria. Utilicemos su misma expresión, "el Prestige pertenece a la historia, e incluso a la prehistoria", para darle la vuelta y recuperar el sentido de las palabras. Esa es nuestra primera tarea. El esfuerzo medioambiental en el mundo de hoy tiene que comenzar por liberar el lenguaje de la contaminación, de la carga tóxica a la que está sometido. Exponer a la luz, al aire libre, el pensamiento y las palabras. Es el principio de la esperanza: evitar el robo, la depredación del valor de las palabras.

Es verdad que el caso Prestige pertenece ya a la historia, pero no porque pertenezca al pasado. Es histórico también por la extraordinaria reacción cívica, solidaria, en defensa del mar. El epicentro de esa reacción fue Galicia, con el movimiento Nunca Máis, pero tuvo una gran prolongación en toda España, en muchos países europeos, y un gran eco internacional. El mar, esas tres cuartas partes del planeta azul, rompió al fin el silencio. El mar lanzó su ¡Mayday!, su grito de auxilio, y su Yo acuso, y millones de personas lo tradujeron al código humano en una demanda de nueva ciudadanía, basada en la participación, en la información, y en la seguridad y bienestar públicos, para hacer frente a la sociedad del riesgo.

El Prestige funcionó como un test que hizo que saliese a la superficie lo peor y lo mejor de la sociedad contemporánea. Frente a los intentos de presentar el naufragio como uno más de los accidentes inevitables, como parte de la fatalidad y del destino, la dimensión del movimiento ciudadano, la fuerza de la gente, el voluntariado en marcha hacia las costas, la convulsión política, toda esa marea de conciencia humana provocó un giro copernicano e hizo que afloraran las causas principales de la indefensión del mar y de muchos de los problemas que hoy golpean a la humanidad: la mezcla explosiva de codicia empresarial sin escrúpulos, los vacíos legales, la debilidad de los organismos internacionales y la desidia política en la protección de lo público...

El propio nombre del buque, el Prestige , suena ahora como un cruel sarcasmo, como una irónica señal que haríamos bien en no olvidar. El grito y el movimiento de Nunca Máis responden, pues, a una necesidad de supervivencia y a una obligación moral. Fue la digna forma de renacer entre tanto naufragio, de reexistencia después del desastre. Y hay que denunciar que ese justo grito de supervivencia, que ese movimiento ciudadano, fue hostigado e intentó ser ahogado por parte del Gobierno español, presidido por José María Aznar. Finalmente se ha conseguido en el Parlamento Europeo lo que reiteradamente se negó en Galicia y España. Una comisión especial que desarrolle leyes y medidas para extremar la seguridad marítima, controlar el tráfico peligroso y prevenir accidentes.

Tenemos que actuar contra el virus de la desmemoria y evitar que se imponga el imperio del cinismo. Con la usurpación de las palabras, el imperio del cinismo nos devuelve, es verdad, a la prehistoria. Tenemos que recuperar el lenguaje. Hablemos de seguridad, sí. De seguridad medioambiental, alimentaria, sanitaria... Una seguridad que ampare a los más débiles. Frente a la industria del miedo, de la inseguridad, hay que reconstruir el mapa de los afectos, una oleada de nueva ciudadanía basada en la información veraz, en la participación y en la solidaridad.