Sacerdote

Salgo una tarde de Navidad de paseo por la ciudad y choco con personas pidiendo en la calle, lo que me hace recordar las 20.000 personas que todavía en nuestro país duermen cada noche en la calle. Las navidades me han dejado un sabor agridulce , quizá sea un sentimiento que nace de cómo la celebramos. Creo que la celebración de la Navidad debería suscitarnos unas vivencias muy distintas a las que nos invitan las costumbres sociales o los medios de comunicación. Se han convertido en la gran fiesta del derroche. Ante esto, qué podemos hacer para otro año. No creo que sea cambiarlo todo, pero sí hacer pequeños gestos de afirmación y rebeldía . Frente a un consumismo desmesurado, un consumismo solidario. Ante la cultura del regalo, regalos contraculturas (regalos que no cuesten dinero, alternativos, cesta de Navidad con productos de comercio justo...). Ante la estética del espumillón, una decoración alternativa. Ante ese sentimiento barato, auténtica comunicación personal.

Es legítimo aspirar a transformar el mundo. Quizá solo lleguemos a transformar un poquito la realidad de nuestro espacio inmediato. Y aunque parezca que nada cambia, una cosa es importante, nosotros seguiremos siendo fieles a nuestros principios.

Es la fidelidad a nosotros la que nos hace pensar que otra Navidad es posible. No olvidemos que no son las cosas que tienen en tu vida las que cuentan, sino a quienes tienen lo que verdaderamente importa. Si perdemos esto de vista nos pasará como a una gran mayoría de nuestra humanidad, que se aburren de ser niños, apurando por creer, y luego suspiran por volver a ser niños. La verdadera felicidad no es obsesionarse con tener más o divertirse más, sino ser feliz con lo que puedo tener y con lo que soy.