El pasado fin de semana, con el huracán Leslie amenazando por Lisboa, y a pesar de estar ya bien entrado octubre, la luz de este verano inacabable lo llenaba todo en una despedida eterna y resplandeciente.

Lo del cambio climático ya no es una anécdota escrita por unos cuantos geógrafos y primos ociosos, sino una realidad palpable que ha trastocado las estaciones, elongándolas en unos casos y suprimiéndolas en otros. Llega el ‘tiempo de los locos’ en el que conviven los jerseys con las camisas de manga corta y las bufandas con los pantalones cortos. Todo depende del termostato interno de cada uno. Aquello de la ropa ‘de entretiempo’ se ha quedado para los antiguos.

En Hervás este fin de semana se vivían los prolegómenos de su Otoño Mágico. No hay duda de que el Ambroz rebosa magia ahora y con la llegada de las lluvias, cuando el ocre, el amarillo y el verde se adueñen de todo, será todavía aún más un escenario para nigromantes. El pueblo de aromas judaicos estaba lleno de visitantes en busca de sus rincones con encanto, de su verdadera artesanía del cesto, de sus calles engalanadas con macetas florecidas de azaleas, rosas y periqueras.

Era, de facto, el último día del verano, en esa ambigua mezcla entre calorcillo y relente que se produce en la jornada del verdadero cambio de estación. Los hosteleros apuraron esa última jornada de terrazas repletas, conocedores de que el número de comensales mermará en invierno con las lluvias y el frío. Al fondo, el monte Pinajarro nos recuerda que en Extremadura hay una pequeña ‘selva negra’ de castaños que han sido para los hervasenses una forma de vida. El río Gallegos, ahora una pincelada en el paisaje, aguarda la bendición del agua para aumentar su caudal. Leslie pasó rozando Extremadura. Ahora al tiempo le ponen nombre. Antes del llamado cambio climático, simplemente se decía que llegaba el otoño. Refrán: En otoño, la mano al moño.