Esta mañana, cuando estas líneas ya estén publicadas, llegará el día después. El del resumen y los balances. Como la gran resaca después de días intensos de trabajo o una fiesta tremenda que deja los cuerpos para el arrastre. Escribo sin saber quién o quiénes han ganado las elecciones generales. Tampoco importa en exceso porque nuestra confianza en los políticos y sus promesas, deseos y objetivos reales ha ido decayendo tanto que, preguntas en la calle, y el personal ya no se cree casi nada.

Hoy que ha empezado, se supone, una nueva etapa política en España, con ganadores y perdedores, sería mejor objetivo que ningún otro plantearse la necesaria e imprescindible recuperación de la credibilidad en la política y en quienes la ejercen. Sé que les sonará a lo mismo de siempre, pero ya es hora de que quienes gestionan la cosa pública tengan claro que el único camino para regenerar la sociedad y sus valores es servir de ejemplo al resto de los ciudadanos, hayan votado o no.

Parecerá la misma cantinela, aunque opino que el momento lo requiere aún más después de asistir a debates donde el nivel de los comparecientes deja mucho que desear. Pero eso ya es historia. Quién diría que solo ha pasado una semana desde el primer debate. Todo va tan rápido que los insultos y descalificaciones quedan lejos y ahora solo se hablará de pactos y reparto de sillones.

Pero, por encima de todo lo demás, ha llegado la hora de que nos tengan en cuenta. máxime teniendo en cuenta que ellos y nosotros coincidimos en la necesidad de limpiar el espejo sucio del oficio del político, convertido en profesión de quienes no tienen capacidad para trabajar en otra cosa. Espabilen. Les hemos votado. Para lo bueno y para lo malo pero, sobre todo, para que no hagan más el ridículo. Sería una buena receta para empezar a construir una sociedad mejor.