Murphy tenía razón. Todo lo que es susceptible de empeorar, empeora. Primero, la crisis griega y el primer plan de salvamento (unos 40.000 millones de euros). Luego, su ampliación hasta los 110.000 millones, que tampoco consiguió parar la hemorragia. Finalmente, el macroacuerdo de salvamento del área, con 750.000 millones, más la nueva política del Banco Central Europeo de comprar deuda pública.

Con estas últimas acciones hemos entrado en terreno desconocido. Por una parte, los mercados no acaban de convencerse de sus bondades, preocupados por lo que pueda suponer la intervención del BCE. Por otra, la crisis ha dejado obsoleto el sistema institucional diseñado para el área del euro. Y las reuniones del Ecofin, a las que España ha llevado sus propuestas fiscales para obtener su aquiescencia, son solo un botón de muestra.

Toda crisis es una oportunidad. Y esta, ciertamente, no es una excepción. ¿Qué aspectos positivos, qué oportunidades sugiere la situación actual?

La primera tiene que ver con el diseño político de Europa. Las tribulaciones en curso son de tal magnitud que, de no resolverse adecuadamente, pueden llevarse por delante el euro y la misma idea de unidad europea. Y, justamente porque las apuestas son tan elevadas, la respuesta también lo es. De esta forma, si el Tratado de Maastricht impedía, de forma irresponsable, el salvamento de uno de sus miembros, los gobiernos europeos han encontrado la fórmula para sortear aquella imposibilidad. Además, enfrentados a las consecuencias de un diseño institucional que ha reforzado la divergencia entre los países miembros, más que acentuar su convergencia el área del euro está avanzando rápidamente hacia un gobierno económico común. ¿Cómo puede calificarse, si no, una organización que obliga a sus miembros a presentar sus programas de ajuste para su aprobación antes de ser presentados a los parlamentos nacionales respectivos? Igualmente, el conjunto de medidas que se están proponiendo, desde aquellas que apuntan a controlar la competitividad de cada país, las balanzas exteriores o la estabilidad financiera de los distintos sectores públicos nacionales, apuntan también en una dirección federalizante.

Un segundo ámbito en el que la crisis está presionando en la buena dirección lo ofrece la caída del euro. No hay que contemplarla, como algunos operadores en el mercado sugieren, como una desgracia. De hecho, todas las grandes áreas económicas han intentado abaratar sus exportaciones. Lo ha hecho EEUU, que ha estado dejando caer el dólar para recuperar competitividad exterior. También Gran Bretaña, que ha hecho lo propio con la libra esterlina. Y lo mismo sucede con China, que mantiene su moneda pegada a la norteamericana. La mejora de nuestra capacidad de venta al exterior por la caída del euro comienza a preocupar, y sus efectos también ya se están dejando sentir: explica cómo el bajo crecimiento francés de este primer trimestre se hubiera convertido en caída de no mediar una fuerte expansión de la demanda exterior. Y el retroceso del euro se encuentra también tras las preocupaciones de los chinos, que han advertido de que, si su país continúa perdiendo competitividad con respecto a nuestra divisa, continuarán interviniendo en los mercados de cambio. No hay que olvidar que Europa es el principal mercado mundial.

XFINALMENTEx, otra oportunidad emerge cuando se considera su impacto en España. Desde que estalló la crisis he tenido el convencimiento de que habíamos equivocado el debate discutiendo que si galgos o podencos, preocupados sobre si los brotes eran verdes o no emergían. De hecho, hemos practicado un marcado negacionismo sobre el alcance de las transformaciones que la crisis financiera y nuestras propias debilidades nos exigían. Una posición, por otro lado, ampliamente compartida por partidos políticos y ámbitos sindicales o empresariales.

Desde este punto de vista, el ajuste de Zapatero constituye un punto y aparte. Dejemos de discutir sobre la recuperación y su fortaleza y pasemos a las cosas realmente serias, a aquellas que van a definir nuestra capacidad de generar renta y bienestar la próxima década, y más allá. España, finalmente, se ha encarado con el espejo de la realidad. Y lo que ha visto no le ha gustado. Pero el requisito indispensable para solucionar un problema es, por encima de todo, reconocer que existe. Y el choque de esta crisis de la deuda pública ha tenido la virtud de obligarnos, colectivamente, a este reconocimiento.

Pero aceptar nuestras debilidades e hipotecas y comenzar a afrontarlas es solo parte de la solución. El macroplan de salvamento de la deuda del sur nos permite disponer de un tiempo precioso: los tres años en los que se ha definido la intervención. Ese es el periodo que tenemos para poner la casa en orden tras los estropicios del dinero fácil de la década prodigiosa anterior y la creencia, errónea, de que éramos más ricos de lo que realmente somos. Utilicémoslo adecuadamente efectuando el conjunto de reformas pendientes. Si no lo hacemos bien, no solo nuestro futuro quedará afectado. También el del propio euro y la misma UE. Esta es la apuesta que afrontamos.