Autor teatral

Su Santidad ha pasado como un halo de fervor y devoción por estas tierras que primero fueron moras y luego cristianas. Tal ha sido el espasmo suscitado entre la población, que como botón de muestra valga que Carmen Sevilla lleva gafas de sol por tanto llorar y que una numerosa recua de nuestra juventud se ha asentado en una afonía de órdago por tantos vítores y canciones, como muestra de entusiasmo hacia el santo convidado. TVE parecía la vaticana y Aznar saqueó al Papa todos los rosarios que pudo para su suegra y madre incluida.

A mí todo esto me parece muy bien, jaleos incluidos, si no fuera porque el gato escaldado hasta del agua fría huye. Todos debemos tener un dios, cada cual el suyo, pero hemos de ser muy prudentes en cómo lo utilizamos, que después puede llegar a quemarnos. El Papa ha visto las modernas carreteras españolas, los pantalones de Dolce Gabana de los legionarios de Cristo; la ropa de Zara neo-jóvenes-cristianos y se ha congratulado por la modernidad de España, no sin antes advertir que lo fashion no tiene porqué alejar a los españoles de la Iglesia, o sea, de él.

Cada uno tira de su manta como puede, pero Su Santidad ha tirado demasiado cuando nos propone que sigamos siendo la eterna España católica, que se ve en el espejo de Santiago apóstol. Miedo me dan tales palabras, que por menos en estos pagos se han dado tortas hasta decir basta.

Ya una vez, aquel caudillo de Dios y de los hombres, acotó tanto los cuerpos como las almas de los españolitos, hasta hacer de ellos la reserva espiritual de Europa. Y, más que reserva, esto parecía un zoológico, por tanto animal sanguinario que a Dios rogaba y con el mazo daba. Servidor no quiere ser reserva de nada, sino habitante de tierras con aires de libertad. Contando, además, que las reservas son muy aburridas, y que entre tanto rosario y tantos ayunos de cuerpo y espíritu, otra vez tendríamos que mirar a Francia, que es felizmente convicta y de libertad republicana.

Este hombre --no sé si santo-- tiene mucho poder, y ahí tienen a cientos de miles de jovencitos/as convirtiéndose en inquisidores --al menos morales--, de los homosexuales, de las relaciones prematrimoniales y de otros demonios a los que tenemos derecho. La reserva espiritual que la ponga en Polonia, que le cae más cerca, por lo menos afectivamente.

Puertas grandes y sin cotos es lo que siempre necesitó este país y de las que siempre careció. Puertas inmensas para que entre todo hombre y mujer de buena voluntad, que quiera hacer un uso respetuoso de su libertad. Lo malo de estas reservas es que se propone para unos pocos y, al final, entramos todos. Por las buenas o por las malas.

Felicidades por los 80 tacos.