Escritor

Criado a los pechos de la resistencia en Francia, en Badajoz hace lo que puede. Poco a poco, aquí también se va formando otra resistencia, no tan bien organizada como la francesa, pero es lo que me dice mi amigo de 82 años:

--Algo tenemos que hacer. Resistir por resistir, no conduce a nada.

Me consta que se gasta una pasta en ser atendido, pero es lo que él dice, que no es suficiente. La que va por las noches, que es muy mona, le cuesta unas 60.000 pesetas, pero está hasta la coronilla de verla morrearse con el novio y él de espectador. Tanto que se lo dijo:

Y el novio sube, y los oye a través de la puerta cerrada para él a cal y canto. Y así no puede ser. De tal manera que, en las mismas circunstancias que otro amigo, éste le dio un teléfono, como se da la contraseña en las resistencias. Y la llamó:

--Maribel...

--Soy yo...

--Que te llamo de parte de don Florentino.

--Ah, y a qué hora le viene bien a usted.

--A cualquiera, porque llevo viudo ocho años...

La entrada fue deslumbrante. Maribel, 42 años y dos tetas como dos carretas. El tiempo pasó como pasa la Vuelta Ciclista a Francia, como una serpiente multicolor. Ella descubrióse los cuatro primeros botones de una camisilla azul turquesa y aparecieron dos cabritos mellizos paciendo entre azucenas, pues se acordó, en ese momento, del Cantar de los Cantares. Y como él me decía:

--Don Manuel, nada de pantalones. Unas faldas como Dios manda. Negras, con grandes aberturas. Con un liguero negro, que cuando fui a subir descubrí un triángulo rojo, que fue cuando me dije: si salgo de ésta que llamen a mi confesor. Lo nunca visto, don Manuel, o al menos lo que yo sólo he visto de cuarenta en cuarenta años.

--Joder, cómo está el patio, le contesté.

Así que le pagué la factura de la Sevillana y hemos quedado en volver a llamarnos.