La vorágine consumista y crediticia de los años de bonanza económica ocasionó a nuestro país una serie de cambios tan bruscos y vertiginosos que las legislaciones no llegaron a tiempo para regular los nuevos gustos y demandas que imponía la sociedad. En torno a la construcción y sus desorbitadas magnitudes adquiridas seguimos viendo cinco años después del inicio de la crisis, un panorama desolador en unos casos y en otros, una imagen que no se corresponde con la típica postal de los pueblos de Extremadura.

Nuestra región, a expensas de los cambios demográficos que dicen los expertos se producirán en décadas venideras y duela a quién duela, sigue siendo rural. El 51% de nuestro habitantes reside en los pueblos. Solo 87 de ellos agrupan al 31% de la población total. De los 383 municipios que posee Extremadura, 386 tienen menos de 10.000 personas. Tenemos además 281 aldeas caracterizadas por tener menos de 2.000 habitantes, lo que supone el 20% de la población extremeña. Por último, sin contar con Badajoz, Cáceres y Mérida, solo 12 núcleos urbanos superan los 10.000 habitantes.

Por ello, es de obligado cumplimiento para nuestra comunidad comprometerse con el voluminoso entorno rural que nos arropa no sólo geográficamente sino también económicamente. Gracias a la protección familiar y al mini-estado de bienestar generado en nuestros pueblos a base de la agricultura y de la solidaridad de sus vecinos, Extremadura está frenando los efectos de la crisis económica. Es condición indispensable para su mantenimiento y desarrollo un claro impulso de las administraciones al sector primario para encontrar en aquello que mejor hemos hecho tradicionalmente un modo de vida sostenible y respetuoso con nuestro entorno, además de viable socialmente dada la falta de formación existente.

Extremadura es rural y es extensa. Esas son nuestras condiciones y esos son los activos que debemos explotar. Son las fichas de la partida que deben contrarrestar la escasa densidad poblacional. Un dato al fin y al cabo relativo si tenemos en cuenta que nuestra red de carreteras ha acercado distancias y unido núcleos urbanos y rurales.

XPOR ELLO,x Extremadura precisa un plan para el desarrollo de nuestros pueblos. Un plan que no solo reactive sus economías sino también controle su imagen. Hace unos años cambiamos el blanco por el lucido de piedra o monocapa en las fachadas. En una calle de cincuenta casas, cincuenta colores y cenefas diferentes. Lo mismo en un pueblo del norte, del sur o del centro. Todos con la misma apariencia. Sin ni siquiera acuerdo entre vecinos. Mientras, los ayuntamientos dejaron pasar la oportunidad de armonizar el aspecto de los municipios.

Pero nunca es tarde para regular y poner coto a este tipo de prácticas de libre albedrío. Junta y administraciones locales deberían planificar una hoja de ruta que proteja el patrimonio rural de los extremeños. El ejemplo reciente de Hervás en el concurso de la Guía Repsol, nos permite reflexionar sobre la necesidad de potenciar los otros museos de Extremadura. Museos a cielo abierto que atraen visitantes de la misma forma que los museos a cubierto, generando una economía paralela en torno al turismo y al sector servicios. Por no hablar de las segundas residencias motivadas únicamente por el poder de atracción de un pueblo con estilo. Un compromiso con el medio rural y el medio natural que las generaciones futuras nos agradecerán y respetarán. No tiremos por la borda uno de los grandes logros de la autonomía en Extremadura.