He leído con estupor la noticia de que la Unión Europea critica abiertamente el urbanismo español de los últimos años, y que en el Parlamento Europeo se ha aprobado una resolución (de advertencia y condena) al respecto. La eurodiputada socialista danesa Margrete Auken ha elaborado un informe en el que destaca los puntos más oscuros del tipo de urbanismo que se censura, cuya lectura es imprescindible para quien quiera saber qué pasa en nuestras costas. Entre otras cosas, Auken conmina al Gobierno español a que ponga freno a tanta urbanización, que proteja el medioambiente y que acabe con la inseguridad jurídica que viven los extranjeros que han comprado inmuebles en España y luego han visto su inversión frustrada por orden judicial. Después de leer el informe, mi asombro proviene solamente de lo que han tardado los políticos europeos en tomar cartas en el asunto, a pesar de que la Eurocámara ya se había manifestado sobre el caso en dos ocasiones anteriores.

En los años 90 del siglo pasado tirios y troyanos hicieron álgebra para encontrar el modo más liberalizador del suelo, y se aprobaron reformas para que el suelo se edificase a gran velocidad. El paradigma de esa práctica es la Comunidad valenciana, que construía a destajo, como quien hace galletas. Ahora, con tanto escándalo urbanístico y con la sobreproducción de vivienda que ha quedado después de la burbuja --a un precio insultante--, alguien debería preguntarse si el crecimiento económico de los últimos años no era una quimera y que quizás sean más sostenibles otras actividades empresariales verdaderamente productivas.

R. Alvarez Sastre **

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