TUtna de las cosas que quedan más del Womad cacereño es el comentario generalizado sobre el efímero regreso del botellón al corazón de la ciudad. Quienes participamos de ello --no de forma minoritaria precisamente, aunque a la clase política le pese-- lo contamos con nostalgia y casi resignación. Sabemos que por la ley impulsada hace más de un año desde la administración autonómica lo ocurrido durante esos días no es más que un oasis... etílico. Para volver a hacerlo habrá que esconderse o esperar al siguiente festival multiétnico: el escenario volverá a hacer las veces de capó abierto. La mezcla de alcohol barato, socialización pacífica y suciedad --tan limpiable en el extrarradio como en el centro, no se olvide-- pasó a la historia. La cuestión es saber si la juventud extremeña es mejor desde que es obligada a beber guetos . Más abstemia no, claro.

*Periodista