Morir y después resucitar. Eso es la Pascua. En individual y en colectivo. Resucitar más libres, más alegres, más amorosos y menos temerosos ("no temáis"). Dispuestos a renacer cada uno y a ser partícipes del renacimiento de lo que nos rodea, del dar vida a lo que a nuestro alrededor está caído, enfermo, desahuciado... La Resurreción es una transformación, o ir hacia ello, de lo que suponga muerte (miedos, violencias, sufrimientos...) en vida; un resurgir de las cenizas, de la oscuridad, de lo que oprime y genera dolor, de lo que impide avanzar y nos hace menos libres; es liberar y generar luz.

Sin embargo, qué tristes son a menudo las celebraciones de la Vigilia Pascual y del Domingo de Resurrección que se nos venden, que parecen funerales cuando son todo lo contrario, una alegría, el gozo de que la Resurreción es posible, no sólo porque después, allá donde vayamos al final de nuestros días, haya algo, sino porque la Resurreción es posible aquí y ahora, y quizás lo deseable sea hacerla posible todos los días. Volver a nacer, la transformación de lo que genera dolor y maldad es posible. Un hombre/mujer más libre es posible. Y otro mundo es posible. Pero desde una parte de la Iglesia tradicionalmente se nos ha adormecido con un mensaje y unas formas alienantes, en las que la esencia de la fiesta principal del Cristianismo se aplaza para después, y mientras a soportar y a llevar cruces, en vez de trabajar en quitar cruces, en hacer más ligero su peso a quien las lleva e incluso en erradicar las causas que generan que haya tantos crucificados.

A menudo olvidamos que a Jesús lo mandaron a la cruz por amar y por intentar aliviar el sufrimiento y las opresiones de otros (las curaciones que llamamos milagros y que no son signos de grandeza, sino de acompañamiento y de amor), por acoger a quienes la sociedad rechazaba (las prostis, los leprosos...) y por oponerse al poder opresor. Por eso se lo cargaron. Y encima las primeras testigos de esa Resurrección ("podemos vencer a la muerte, limpiar lo negativo y despertar lo que nos hace mejores y más felices y rompe yugos y temores") fueron mujeres, entre ellas María Magdalena , una de sus discípulas, que no sabemos si era o no "mujer de la vida" o si entre ellos hubo algo más que amistad, poco importa.

No, no tenemos vocación de andar sufriendo por las esquinas temerosos de Dios (que no es temible), ni el mundo es un valle de lágrimas en el que soportar estoicos humillaciones; todo lo contrario, en Pascua se nos convida a levantarnos, a romper cadenas y a iniciar un camino, tras el paso pascual, renovados, y transformar lo que sea muerte, violencia, dolor, injusticia, miedo, indignidad, represión, tristeza, sumisión y falta de amor, en vida, paz, gozo, justicia, coraje, dignidad, libertad, alegría, esperanza, rebeldía y amor. No se nos empuja a permanecer pasivos hundidos en la docilidad y la desdicha; se nos incita a caminar erguidos, libres, amantes de la vida.

*Periodista