TLtos últimos funerales de Estado, saltándose a la torera la Constitución vigente, han vuelto a poner el dedo en la llaga. El nuevo Gobierno socialista habrá de tener esto muy en cuenta.

La Iglesia católica --parte de la historia de España-- no debe tener ya privilegio ninguno. Que cada cual practique con bien la religión que quiera o que sea ateo o agnóstico.

En púlpitos varios cada sacerdote y cada confesión predicará su doctrina. El Estado debe mantenerse aparte. La unión Iglesia-Estado es uno de los signos más arcaicos de la derecha española, que incluye también a Jordi Pujol y a sus herederos y otras fuerzas nacionalistas.

Y no lo olvidemos, uno de los grandes fallos de José María Aznar1 es no haber sabido (o querido) crear esa derecha moderna que tanto vendió en 1996. Mala cosa.

*Escritor